" A SEGURO SE LO LLEVARON PRESO"
Dicen que a seguro se lo llevaron preso, o al menos lo han distanciado de esta realidad a la que pocas posibilidades se avizoran a la hora de tener certeza. ¿Dónde han quedado las promesas, los te quiero para siempre, o poner las manos en el fuego por alguien o algo?
Hace unos cuantos años atrás bastaba con la palabra que uno podía dar frente al compromiso hacia algo, pero ahora no son suficientes las firmas o los avales que lo acrediten.
Algunas veces no estamos seguros ni siquiera de quienes somos realmente, porque tras mirar a ese espejo que nos refleja descubrimos una imagen diferente o distorsionada a la que estamos acostumbrados a ver.
Los finales felices a veces se pierden en el camino, se ven borrosos como si se evanecieran en el horizonte difuso. Sin embargo, podemos estar convencidos de lo que anhelamos y queremos, de los valores por los que luchamos y de los desafíos con los que nos comprometemos. Más allá de toda duda posible, de cualquier impedimento, contratiempo o desengaño, cuando uno cree en sus ideales, en sus propósitos, no es tan sencillo que el primer viento que sople nos bañe de inseguridad.
Este siglo XXI también ha contribuido a que “a Seguro se lo llevaran preso”, porque los cambios, que se producen a todo nivel, permanentes y vertiginosos, nos impiden quedarnos tranquilos y expectantes, por el contrario nos desafían hasta las últimas consecuencias en una carrera desmedida y avasallante.
Desde luego hay algo que tenemos seguro, y es el final que a todos nos espera, lo que viene después eso va a depender de las creencias de cada uno, así también de las herramientas que podamos ir adquiriendo para enfrentarnos a ese momento inevitable y del que poco hablamos porque en el fondo una sombra oscura parece dejarnos sin palabras.
Sin llegar tan lejos, el amor que despiertan determinadas personas, hechos, o circunstancias no es cuestionable y va más allá de cualquier tipo de nexo o de comprobante que pueda demostrarlo. Es que no hacen falta pruebas que avalen que estamos comprometidos en un camino, o con una persona, porque cuando uno está consustanciado en ello se va deslizando con suavidad y delicado esmero, en el que queda poco lugar para la inseguridad o la duda, porque lo que sentimos nace desde lo más profundo y genuino.
Pero el descreimiento se viste de gala cuando llegan las mentiras, o los desengaños tocan a nuestra puerta, entonces abrimos con la mirada espantada e intentamos que no nos salpiquen de angustia y miedo. Las rupturas suelen destrozarnos, aniquilarnos, así como los finales inesperados y combativos.
¿Por qué tenemos que sucumbir cuando intentan hacernos tocar fondo de la peor manera? En realidad, es lo que quisieran nuestros adversarios al ponernos algunos obstáculos, pero más allá de cualquier piedra en el camino no hay que perder de vista que el peor impedimento podemos ser nosotros mismos cuando decimos que nada es seguro, que todo es improbable, y que quedan pocas chances, porque somos nosotros quienes nos estamos cerrando las puertas con nuestra actitud negativa y poco esperanzadora.
Los japoneses cuando se rompe un antiguo jarrón lo reparan con cuidadoso esmero, rellenan esas grietas con oro porque la pieza se torna más bella y valiosa cuando no se oculta su fragilidad e imperfección, por el contrario es símbolo de crecimiento y resiliencia.
Quizás algunos desengaños nos hayan lastimado, muchos cambios nos hayan desafiado, herido, tantas puertas se hayan cerrado, varios olvidos nos hayan lastimado, muchas palabras nos hayan agraviado… pero más allá de todos esos hechos dolorosos, punzantes, está en cada uno de nosotros rellenar como los japoneses esas grietas y dejar brillar lo mejor de nosotros en forma auténtica.
Sin embargo, día a día daremos crédito a un sinfín de conceptos nuevos, algunos verdaderos, otros no tanto, pero más allá de esa veracidad cuestionable está en cada uno no dejar de confiar en lo que creemos que es justo y necesario en nuestras vidas, armando con cuidadosa paciencia ese gran jarrón que nos sostiene y que tantas veces por diferentes circunstancias se rompe en mil un pedazos y con incansable esfuerzo recomponemos hasta dejarlo en pie y reluciente.
Hace unos cuantos años atrás bastaba con la palabra que uno podía dar frente al compromiso hacia algo, pero ahora no son suficientes las firmas o los avales que lo acrediten.
Algunas veces no estamos seguros ni siquiera de quienes somos realmente, porque tras mirar a ese espejo que nos refleja descubrimos una imagen diferente o distorsionada a la que estamos acostumbrados a ver.
Los finales felices a veces se pierden en el camino, se ven borrosos como si se evanecieran en el horizonte difuso. Sin embargo, podemos estar convencidos de lo que anhelamos y queremos, de los valores por los que luchamos y de los desafíos con los que nos comprometemos. Más allá de toda duda posible, de cualquier impedimento, contratiempo o desengaño, cuando uno cree en sus ideales, en sus propósitos, no es tan sencillo que el primer viento que sople nos bañe de inseguridad.
Este siglo XXI también ha contribuido a que “a Seguro se lo llevaran preso”, porque los cambios, que se producen a todo nivel, permanentes y vertiginosos, nos impiden quedarnos tranquilos y expectantes, por el contrario nos desafían hasta las últimas consecuencias en una carrera desmedida y avasallante.
Desde luego hay algo que tenemos seguro, y es el final que a todos nos espera, lo que viene después eso va a depender de las creencias de cada uno, así también de las herramientas que podamos ir adquiriendo para enfrentarnos a ese momento inevitable y del que poco hablamos porque en el fondo una sombra oscura parece dejarnos sin palabras.
Sin llegar tan lejos, el amor que despiertan determinadas personas, hechos, o circunstancias no es cuestionable y va más allá de cualquier tipo de nexo o de comprobante que pueda demostrarlo. Es que no hacen falta pruebas que avalen que estamos comprometidos en un camino, o con una persona, porque cuando uno está consustanciado en ello se va deslizando con suavidad y delicado esmero, en el que queda poco lugar para la inseguridad o la duda, porque lo que sentimos nace desde lo más profundo y genuino.
Pero el descreimiento se viste de gala cuando llegan las mentiras, o los desengaños tocan a nuestra puerta, entonces abrimos con la mirada espantada e intentamos que no nos salpiquen de angustia y miedo. Las rupturas suelen destrozarnos, aniquilarnos, así como los finales inesperados y combativos.
¿Por qué tenemos que sucumbir cuando intentan hacernos tocar fondo de la peor manera? En realidad, es lo que quisieran nuestros adversarios al ponernos algunos obstáculos, pero más allá de cualquier piedra en el camino no hay que perder de vista que el peor impedimento podemos ser nosotros mismos cuando decimos que nada es seguro, que todo es improbable, y que quedan pocas chances, porque somos nosotros quienes nos estamos cerrando las puertas con nuestra actitud negativa y poco esperanzadora.
Los japoneses cuando se rompe un antiguo jarrón lo reparan con cuidadoso esmero, rellenan esas grietas con oro porque la pieza se torna más bella y valiosa cuando no se oculta su fragilidad e imperfección, por el contrario es símbolo de crecimiento y resiliencia.
Quizás algunos desengaños nos hayan lastimado, muchos cambios nos hayan desafiado, herido, tantas puertas se hayan cerrado, varios olvidos nos hayan lastimado, muchas palabras nos hayan agraviado… pero más allá de todos esos hechos dolorosos, punzantes, está en cada uno de nosotros rellenar como los japoneses esas grietas y dejar brillar lo mejor de nosotros en forma auténtica.
Sin embargo, día a día daremos crédito a un sinfín de conceptos nuevos, algunos verdaderos, otros no tanto, pero más allá de esa veracidad cuestionable está en cada uno no dejar de confiar en lo que creemos que es justo y necesario en nuestras vidas, armando con cuidadosa paciencia ese gran jarrón que nos sostiene y que tantas veces por diferentes circunstancias se rompe en mil un pedazos y con incansable esfuerzo recomponemos hasta dejarlo en pie y reluciente.
Andrea Calvete