¿QUIÉN NO HA PERDIDO EL RUMBO ALGUNA VEZ?
Voces que ya no se escuchan, sonidos que se alejan, tiempos que se olvidan son parte de lo que fue y se ha ido. De lo que pudo ser y no fue, de lo que tuvo que ser. Así transcurre la vida, entre lo que pasó y pasa, entre ese presente continuo y ese pasado que marca con ligera pisada el camino.
Un ramillete de oportunidades se presentan a diario, del mismo modo varias piedras obstaculizan el paso. Pero no hay peor piedra que uno mismo, cuando nos interponemos en ese camino y nos quedamos trancados sin saber para donde arrancar.
¿Cuántas veces perdemos el rumbo?, ¿cuántas veces nos desconocemos a nosotros mismos?, ¿cuántas interrogantes que nos sacan el sueño?, preguntas que frecuentemente se instalan sin pedir permiso, pero están allí haciéndonos frente. ¿Por qué nos enfrentan?, ¿Por qué nos interrogan?
El poder tomar el rumbo, el dar respuesta a estas preguntas, depende de cada uno, del momento que transitamos, de la fuerza de voluntad, del estado de ánimo y de las ganas de salir adelante que pongamos en cada pequeño intento por avanzar y no estancarnos.
Parte de no estancarse es aceptar. Sin embargo, aceptar no es sinónimo de resignarse, por el contrario es tener claro lo que no es posible y lo que si puede ser. El abanico de oportunidades es amplio, está en ser paciente y ver cuál es la que mejor para cada uno de nosotros.
Quien desespera no llega a buen puerto, porque “piano piano si va lontano”, y con esa calma la paciencia es un elemento fundamental para equilibrar nuestros días y llegar hasta dónde nos propongamos, con entereza y fortaleza, con humildad y fe.
La entereza y la fortaleza son parte de que no nos destruya el primer viento fuerte. La humildad el brillo que debe alumbrar el camino para que el ego no nos opaque y enceguezca. Por último, la fe en que es posible lo que anhelamos.
Perder el rumbo implica desviarse hacia un camino no previsto, en el que sin darnos cuenta nos alejamos de lo que somos, de esa esencia misma que nos sostiene, porque por alguna razón necesitamos tomar distancia y experimentar nuevas sensaciones, aunque en definitiva no sean las mejores.
Perder el rumbo es algo que sucede a menudo, lo importante es poder retomarlo fortalecidos, con paciencia, esperanza, con la mente abierta al cambio, porque la vida en sí es puro devenir.
Un ramillete de oportunidades se presentan a diario, del mismo modo varias piedras obstaculizan el paso. Pero no hay peor piedra que uno mismo, cuando nos interponemos en ese camino y nos quedamos trancados sin saber para donde arrancar.
¿Cuántas veces perdemos el rumbo?, ¿cuántas veces nos desconocemos a nosotros mismos?, ¿cuántas interrogantes que nos sacan el sueño?, preguntas que frecuentemente se instalan sin pedir permiso, pero están allí haciéndonos frente. ¿Por qué nos enfrentan?, ¿Por qué nos interrogan?
El poder tomar el rumbo, el dar respuesta a estas preguntas, depende de cada uno, del momento que transitamos, de la fuerza de voluntad, del estado de ánimo y de las ganas de salir adelante que pongamos en cada pequeño intento por avanzar y no estancarnos.
Parte de no estancarse es aceptar. Sin embargo, aceptar no es sinónimo de resignarse, por el contrario es tener claro lo que no es posible y lo que si puede ser. El abanico de oportunidades es amplio, está en ser paciente y ver cuál es la que mejor para cada uno de nosotros.
Quien desespera no llega a buen puerto, porque “piano piano si va lontano”, y con esa calma la paciencia es un elemento fundamental para equilibrar nuestros días y llegar hasta dónde nos propongamos, con entereza y fortaleza, con humildad y fe.
La entereza y la fortaleza son parte de que no nos destruya el primer viento fuerte. La humildad el brillo que debe alumbrar el camino para que el ego no nos opaque y enceguezca. Por último, la fe en que es posible lo que anhelamos.
Perder el rumbo implica desviarse hacia un camino no previsto, en el que sin darnos cuenta nos alejamos de lo que somos, de esa esencia misma que nos sostiene, porque por alguna razón necesitamos tomar distancia y experimentar nuevas sensaciones, aunque en definitiva no sean las mejores.
Perder el rumbo es algo que sucede a menudo, lo importante es poder retomarlo fortalecidos, con paciencia, esperanza, con la mente abierta al cambio, porque la vida en sí es puro devenir.
Andrea Calvete