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NEWTON, SU ROLLO Y LA GRAVEDAD

Con el correr de los años todo lo que comemos parece instalarse en la zona abdominal, probablemente por cambios orgánicos y hormonales, pero los que han pasado los cuarenta saben que a partir de esta edad hasta el aire que respiramos se asimila y se convierte en una masa adiposa.

Y con el peso de la gravedad y los años todo cae, inevitablemente, se engorda con más facilidad, todo lo que sube baja, y aunque intentemos detener la caída, o el aumento de peso es ir contra la vida misma.

Parafraseando a Quevedo erase un rollo a una barriga pegada, erase un rollo superlativo, al que el mínimo vaso de líquido contribuía a aumentar su tamaño. Suena gracioso, pero no lo es tanto para el que padece el problema, que ve que al hacer abdominales no surge efecto, y que dejar de comer ya no es una opción viable.

Algunas veces alegre y divertido es parte del jolgorio, otras cabizbajo y meditabundo toca fondo y al mirarse en el espejo la imagen no es la más alentadora. Al rollo se suman otros pequeños deterioros y ausencias, o presencias, como arrugas, canas, escasez de pelo y algún que otro problemita… más o menos acuciante según el día. Los años cobraban peaje, eso una fija ineludible.

Comer y beber son dos placeres de la vida, sin embargo con el correr del tiempo los sibaritas y enólogos suelen perfeccionarse. Así generalmente los fines de semana son la excusa perfecta para reunirse y celebrar alrededor de una mesa una rica comida acompañada de las bebidas correspondientes. Sin embargo, perdemos la cuenta de todo lo que vamos pellizcando en el día, mientras cocinamos o preparamos un plato, o simplemente comemos porque la ansiedad nos acecha, o el estómago se ha estirado.

La cuestión es que después de cierta edad todo va a parar a ese rollo o flotador que tenemos instalado en nuestro abdomen, y la cintura parece desvanecerse alejarse lentamente como un barco que navega rumbo al horizonte, el que pronto se pierde en la lejanía.

Rellenitos pero contentos, como dice el dicho “barriga llena corazón contento”, aunque podría tener esta afirmación su contrapartida, ¿comemos por aburrimiento, angustia o depresión?, ¿bebemos para alegrarnos o para olvidar las penas?

Evidentemente, el estrés del diario vivir nos lleva a comer apurados, mal, a no hacer una dieta balanceada, pero a esto debemos sumar que las harinas, azúcares, chocolates, comida chatarra y bebidas suelen ser grandes estimulantes en determinados momentos en los que nos podemos sentir vulnerables, no es excusa pero sí justificación.

Algunas veces hablando con amigos es un tema recurrente el de la panza, flotadores, o llámenlo como más le gusta, luego de un análisis profundo y detenido llegamos a la conclusión que seguiremos comiendo e intentando asimilar esta falta de cintura de la mejor manera.

Qué paradoja es la vida, cuando más cintura tenemos frente a los problemas y las adversidades, es cuando el físico no nos ayuda y contradice nuestro desempeño y tarea, al menos nos queda la ilusión de haber mejorado en algo.

Rollo más o rollo menos, todos tenemos alguno, a esos debemos sumarles los que se instalan en la cabeza, esos que nos desvelan o preocupan, estos quizás sean más peligrosos que los primeros, ya que lo estético se desdibuja frente a lo que nos preocupa realmente.

Aunque actualmente existen muchas personas que le dan importancia a su apariencia física, corren, hacen deportes y se cuidan en las comidas, pero igual no escapan al tema de los rollos en cualquiera de los sentidos tratados, quizás los tengan más dominados porque el ejercicio marca sus abdominales, y ayuda a liberar endorfinas.

Sin embargo, más allá de ausencias y presencias, el deterioro del cuerpo es algo que lamentablemente debemos asumir, nada fácil o agradable, pero que es parte de lo que tenemos que enfrentar de la mejor manera.

Existen diversos rollos, productos de comidas copiosas, de bebidas espirituosas, gaseosas, y rollos que se entreveran con los problemas diarios que debemos enfrentar, éstos son algunas veces los que más pesan y hacen que aparezcan los primeros como por arte de magia, y se instalan en nuestra cabeza como matas que crecen rápidamente.

Newton, su rollo y la gravedad

La mañana fría pero soleada, invitaba a disfrutar de la playa, ya se asomaba la primavera. Sentado frente al mar el rollo de Newton le habló como si le hablara su consciencia. Newton al principio sentía una voz y no sabía de dónde provenía, llegó a dudar de su cordura, luego de un rato se dio cuenta que era su flotador el que le hablaba.

Dijo, su rollo abdominal: “Newton te vengo acompañando hace unos años, estoy cómodo aquí y calentito, pero te estás dejando estar pronto me harán compañía otros amigos, y creo que prefiero estar sólo. Además si sigues comiendo de esta manera se te taparán las arterias y no contarás el cuento”.

“Me dejas perplejo estimado rollo, qué puedo yo decirte que tú no sepas, que me gusta comer y beber, que me divierte, que es parte de lo que motiva, no sé”, dijo Newton dubitativo.

“Creo que la ansiedad y la angustia que te generan algunos temas deberías canalizarla de otra forma, no quiero ser insistente o atrevido”, recalcó el rollo algo angustiado.

“Querido amigo, tú conjuntamente con otros deterioros corporales me vienen acompañando desde hace tiempo, ya los considero parte mía, y en cierta medida te podría decir que he aprendido a quererlos y aceptarlos”, dijo resuelto Newton.

“No se trata de eso, por el contrario, te estás dejando estar, eres joven aún, más si nos ponemos a pensar que se han extendido los años de vida, y también existen muchas posibilidades de llevar una vida sana y productiva”

“ Lo que me dices es cuestionable, creo que cada cual decide vivir como más le gusta, más o menos tiempo, de este modo asumimos que si bebemos, fumamos o comemos sin medida las consecuencias se harán visibles en poco tiempo, pero te pregunto,¿es mejor vivir una vida moderada, austera, prolija y larga o más divertida y corta?”, cuestionó convencido Newton.

Hubo un silencio prolongado, ni el rollo ni Newton se animaron a emitir una palabra, habían quedados pensativos, inmersos en su yo más profundo, navegando por donde la luz apenas llegaba, no era fácil encontrarse con lo que duele, con lo que no se quiere o desea aceptar.

Cuando una ola rompió fuerte en la orilla, Newton pareció volver en sí, había tenido un año bastante complicado: internado varias semanas luego de ser intervenido, a esto debía sumar el fallecimiento de su papá hacía tres meses, y que su esposa lo había dejado un año atrás, su trabajo pendía de un hilo, se podría decir que no era un buen año. Ya nuevamente consciente, le habló a su rollo: “ Creo que te excediste amigo, entre tú y los rollos de mi cerebro me están matando”

El rollo titubeó antes de hablar, había quedado atónito, trago saliva y dijo: “Perdón querido amigo hace varios años que te acompaño, con los colegas del cerebro no me meto, ellos son más jodidos que yo, yo molesto pero creo que no tanto, sólo te quise ayudar”.

Newton permaneció callado y encendió un cigarro, aspiró lento y tragó el humo, sintió aquella pitada placentera, dejó su mente en blanco y miró al mar, su vista se dirigió al horizonte. Pensó qué maravilloso tocar el horizonte, llegar a ese lugar utópico, pero que a los ojos produce tanta paz.

El rollo disfrutó del cigarro, a esta altura él también se había enviciado, le gustaba la comida, la bebida y los cigarros que consumía Newton eran ya parte de su propia existencia.

Finalizado el cigarro caminaron por la orilla, se acompañaron mutuamente, y dejaron que los rollos de la cabeza se aquietaran para poder realizar el trayecto como verdaderos amigos, ambos se necesitaban, eran uno para el otro un mal necesario.

Andrea Calvete






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