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"LA MANO QUE DA ESTÁ POR ENCIMA DE LA QUE RECIBE"


Este proverbio muy antiguo, hace referencia a los planos desde dónde surge la ayuda y cómo podemos sentirnos al recibirla. Un terreno en el que aparecen la palabra solidaridad y caridad, que si bien tienen por fin ayudar a un semejante, lo hacen desde diferentes lugares.

Para la religión católica, la caridad es una de las tres virtudes teologales – fe, esperanza y caridad-. Esta última implica amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos. Y la caridad desde aquí se entiende como un acto de amor hacia Dios, aunque muchas veces en el día a día percibo que es un acto más próximo a cumplir un con un estar bien consigo mismo, olvidando el real destinatario de este fin, que en última instancia es el necesitado, más allá de cualquier creencia religiosa.

Y caridad se define también como la limosna que se da, o auxilio que se presta a los necesitados. Quizás esta última acepción sea la que da lugar a este proverbio africano que dice “que la mano que da está por encima de la que recibe”. Y en esta verticalidad, es cuando surge la distancia, ese mirar desde otro plano, quizás no con intencionalidad, sino por no ubicarnos en el mismo peldaño de quien estamos ayudando, y es esta diferencia de planos es la que no nos permite lograr sentarnos cara a cara para ubicarnos en el lugar del otro, en ese desdoblamiento del yo tan difícil de lograr.

La solidaridad se refiere a la adhesión a una causa, pero siempre desde un mismo plano, en el que nos comprometemos a colaborar mirando a los ojos, frente a frente, trabajando codo a codo, involucrándonos dejando nuestro esfuerzo, trabajo y compromiso, para que algo cambie, o se supere. Y ante todo implica respeto hacia la persona con la que nos unimos en la acción solidaria, no por lástima, no por sentirnos bien con nosotros mismos, sino porque nos hemos involucrado con esa persona o causa, nos hemos consustanciado y sentimos la necesidad de dar lo mejor para ayudarle.

Y quien es ayudado no necesita nuestra compasión o lástima, sino nuestra comprensión, nuestros sentidos puestos a su disposición, en un acto en el que nos despeguemos del qué dirán, de las conjeturas, donde seamos auténticos y espontáneos.

Solidarizarse implica, colaborar, poner nuestras capacidades al servicio de quienes lo necesitan sin importar credo, sexo, raza, nacionalidad o afiliación política.

Y si nos brindamos desde un mismo plano posiblemente quien reciba nuestra colaboración no se sienta intimidado o molesto, sino que perciba que una mano se le ha tendido para colaborar, nada más ni nada menos, una mano que quizás mañana nosotros también precisemos y nos retribuya, pues todo va y viene en esta vida, en un círculo continuo e ininterrumpido.

Siento que muchas veces la caridad puede generar malestar para la persona que la recibe, que quizás esté muy agradecida, pero en el fondo siente que esa retribución nunca podrá ser devuelta, porque no tiene posibilidades de salir de la situación en la que se encuentra.

Benjamin Franklin dice que cree “que el mejor medio de hacer bien a los pobres no es darles limosna, sino hacer que puedan vivir sin recibirla”, en cierta manera es el mismo concepto del proverbio chino que dice: “regala pescado a un hombre y le darás alimento para un día; enséñale a pescar y comerá toda la vida”. Y cuando damos una limosna estamos ayudando a una persona, pero no le estamos posibilitando a que crezca, a que se desarrolle y se valga sí por sí misma. Entiendo igualmente, que existen situaciones extremas que requieren de esa ayuda sin ningún tipo de cuestionamiento, pero luego que la dimos, debemos continuar colaborando para que esa persona salga de esa situación en un proceso gradual en el que posibilitemos su desarrollo.

Y que no se malinterprete, es un acto sumamente loable ayudar a alguien que lo necesita, pero es importante ponernos en el lugar de esa persona, porque sólo así entenderemos ¿qué es lo que siente, qué es lo que vive, qué es lo que le sucede? Y de nada servirá nuestra ayuda, si sabemos que esa persona no tiene posibilidades luego de valerse por sí mismo, de trabajar para sentir que sus manos son útiles y su trabajo le dignifica, es decir no tiene posibilidades de ser autosuficiente.

He recibido ayuda muchas veces en mi vida, y soy una persona sumamente agradecida, pero siento que cuando uno recibe, instantáneamente surge la necesidad de dar, casi en un acto reflejo, porque todos tenemos para compartir lo mejor de nosotros mismos con quienes se solidarizan en un acto de amor. Y quizás cuando alguien recibe una limosna sólo pueda dar a cambio un gracias, o una sonrisa, dos elementos de gran valor, pero que no quitan el sabor de la deuda, que sólo se desdibuja cuando dar y recibir pasan ser parte de un todo.

La solidaridad social y política son las bases de la democracia. Por eso nunca más acertadas las palabras de Mahatma Gandhi quien sostiene que “las personas que no están dispuestas a pequeñas reformas, no estarán nunca en las filas de los hombres que apuestan a cambios trascendentales”, porque desde el pequeño aporte o cambio se logran los grandes, en la existencia del compromiso hacia los demás.

Creo que todas las personas valemos, servimos, más allá de dónde provengamos, de lo que seamos, simplemente por el hecho de ser semejantes, y de formar parte de este inmenso Universo, por eso es fundamental, mirar a quien tenemos adelante para dar tender una mano pero en un acto horizontal, en el que se sienta ese apretón cálido y frontal.

Sé que el orden vertical hay que respetarlo para dar lugar a las diferentes jerarquías sociales, ya que son parte del formato social, pero sin embargo debo decirles que las acepto porque debo vivir en sociedad, sin embargo me siento mucho más cómoda cuando puedo compartir con mis semejantes desde el mismo plano, en una horizontalidad que me permite ver el brillo de la mirada con quien hablo, un intercambio vivencial sólo posible cuando se abre el corazón.

Cuando nos podemos ubicar en un mismo plano, el diálogo fluye, las distancias desaparecen, las brechas se acortan, y comprendemos que es el propio hombre que ha creado, con su forma de vivir y actuar, esas diferencias que en definitiva son las bases de la discriminación en cualquier orden de la vida.

A través de la solidaridad podemos tender puentes, acortar distancias, vencer obstáculos, ubicados en un plano de igualdad que nos permite sentirnos cómodos a quienes estamos en cualquiera de sus extremos, que poco a poco se irán conectando, construyendo los eslabones de una gran cadena, a través de la cual podrá fluir lo mejor de cada uno de nosotros, y esa energía podrá circular libremente.

Y comprendo, refiriéndome a la verticalidad, que el jefe en un trabajo tiene una función específica para el que ha sido contratado, pero el trabajo sería más grato y sencillo, si cuando el jefe va a pedir una tarea a quienes están a su servicio, se sienta con ellos, entiende los motivos por los que no pueden cumplir con el trabajo, los escucha, ¡qué palabra!, para un mundo casi carente de oídos y los comprende. Entonces posiblemente el trabajo fluya de la mejor forma, ya que habrá entendimiento, y en cierta forma un gesto de solidaridad hacia quienes trabajan a su lado. De esta manera, se impartirá el respeto y la comunión entre las distintas personas que integran un ámbito laboral determinado.

Y en la vida sucede algo similar, si no escuchamos, si no tratamos de ponernos en el lugar de quien tenemos al lado, no surgirá nunca el diálogo, y entonces no habrá ayuda, compromiso o intercambio posible.

Dar y recibir, son parte de lo que somos. Y por más que es muy placentero recibir de quienes nos rodean su afecto, su amistad, su cariño… su ayuda, no es posible sentirse feliz plenamente sin dar. Porque dar es algo maravilloso, pero siempre en esa cadena inexorable en que das y recibís en un acto de amor y de solidaridad que son inherentes a todo ser humano, tan sólo que algunas veces cortamos la cadena por egoísmo, por falta de tiempo… por mil y una causa, que en el fondo forman parte de justificaciones, paradójicamente sin relevancia, ni justificación, más que excusarnos con nosotros mismos por haber fallado.

Desde luego, que seguiremos equivocándonos, pero daremos el primer paso si lo reconocemos y aceptamos, con el afán de aportar nuestro pequeño y a su vez gran grano de arena, en pro de comprometernos con quienes nos rodean a través de una mirada solidaria y fraterna.

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