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CICATRICES

Son parte de nuestra historia, nos cuentan de nosotros mismos, de lo que somos y de lo que fuimos. Marcas, testigos silenciosos, que se hacen perceptibles en el cuerpo o en el alma.

Han cincelado lentamente, tallando, dejando huellas, surcos, espacios recorridos, marcando con su presencia nuestros días, haciendo cada uno diferente y significativo.

Si miramos con atención, recordaremos cada una y el preciso momento en que se originaron. Algunas dejan secuelas más severas que otras, pero todas tienen un sentido, un porqué, quizás sean interrogantes que nos permitan ver que nada es casual.

Las más difíciles de asumir o enfrentar son las que se instalan en el alma, esas generan un dolor profundo, intenso, que socava muy hondo.

“Lo esencial es invisible a los ojos. Sólo se ve con el corazón”, esta frase del libro El Principito, es la clave de toda cicatriz, pues sólo a través de nuestro corazón podremos percibir qué es lo que realmente nos marcó.

Generalmente, lo que está a la vista no es lo que dejó la cicatriz, es algo más profundo, no tan sencillo de identificar. Muchas veces requiere la ayuda de un profesional, que nos permita descubrir donde se generó y por qué.

Esta sumatoria de cicatrices forma parte nuestro ser. Aunque parezca algo contradictorio, algunas embellecen nuestra persona, pues nos otorgan sabiduría, conocimiento y experiencia, de este modo, aún de las situaciones más duras habremos de descubrir su valor.

Algunas tardan años en cerrar, otras quedan abiertas y al mínimo movimiento en falso, comienzan a sangrar y a doler. Y es en estos momentos, cuando desearíamos poderlas borrar con un pincel mágico que las hiciera desaparecer al instante.

Son producto de la vida, de no saber distinguir, de decidir de prisa, de no pensar, de atropellarnos y saltar al vacío. Por eso, algunas dejan una sensación de frustración, un sabor amargo.

En tal sentido, el tiempo es un gran cirujano plástico, logra aplacarlas, de tal modo que algunas desaparecen casi por completo. Apenas es posible vislumbrarlas con mucho detalle o detenimiento.

Y no sólo el tiempo colabora en la cicatrización, el aceptar lo que nos ha marcado, el poder eliminar sentimientos de culpa, de frustración, de dolor, de resentimiento, para convertirlos en aprendizaje, en conocimiento, en crecimiento personal. De este modo, se convertirán en una marca que nos ha permitido dar un paso más en el camino de la vida.

Aunque como seres humanos algunas veces contradictorios, lo que hacemos para aliviar dolores, sufrimientos, desencantos, parece ir en detrimento de la propia superación del problema, porque tomamos por sendas que realmente nos alejan de ella. En tantas ocasiones obligados por las circunstancias, y otras por nuestros propios conflictos internos.

Y días atrás, una persona amiga hablando de este tema dijo “yo no soy normal”, por eso me han ocurrido tantas cosas. Y les pregunto ¿qué es ser normal?, ¿es que acaso somos todos “normales”? Yo entendí perfectamente que esta persona se sentía diferente a los demás, pero creo que día a día a través de nuestros pequeños actos nos sentimos diferentes, no comprendidos y excluidos de una serie de situaciones, diría algo que a todos en algún momento nos sucede.

Sin embargo, algunas personas se muestran fuertes, impenetrables por nada ni por nadie, parecen sobreponerse a todo como si fueran de hierro. Sinceramente, eso no despierta admiración ni respeto en mí, por el contrario, me cuestiono y digo ¿qué es lo que les pasa, no tienen corazón?

Entonces, pienso han quedado anestesiadas, ya nada les inmuta, nada les conmueve, nada les afecta, y me recuerdan a las piedras estáticas y duras, generando resistencia a todo, hasta su propia existencia.

Aunque la anestesia es un producto que sirve para aplacar el efecto del dolor, como analgésico y calmante, quien se endurece a tal punto, es porque ya ha sufrido demasiado, y superado, en un acto de puro egoísmo, decide aislarse para seguir el camino de la mejor manera.

Y cada cual sabrá ¿cuál es la mejor manera de superar lo que lo ha dañado, lo que le ha lastimado? Sin embargo, el apartarnos o recluirnos en lugares confortables aislados, no es una solución factible, es una mera forma de seguir transitando. Y según Eladia Blázquez “permanecer y transcurrir no es perdurar, no es existir, ni honrar la vida”.

Creo que ser sensible es una gran virtud, que habla de la capacidad de las personas de sentir, de vibrar, de experimentar el sufrimiento, porque les importan sus semejantes, porque se comprometen con lo que hacen y dicen. En definitiva no han perdido el sentido autocrítico, tan esencial para corregir los errores.

Y algo que es importante recordar, es que al buscar el camino nos equivocamos, nos frustramos, y entonces decidimos inconscientemente auto castigarnos, porque las cosas no salen como desearíamos. Y aunque estas heridas que también pueden cicatrizar, son unas de las más complejas, porque son auto impuestas, en una suerte de castigo.

El castigo es producto de una educación arcaica en la que se nos inculcó que a través de él podemos educar y corregir en pro de mejorar. Estoy totalmente en desacuerdo, las cosas se hablan, se entienden, en el diálogo está la salida, en la búsqueda permanente por progresar, y no en la represión.

Surgen entonces de la mano del castigo, los límites, los que debemos implementar en forma personal cuando realmente tomamos conciencia de que son necesarios y parte de nuestra vida, no cuando son una exigencia o un formulismo.

El crear límites personales, para equivocarnos menos, es una decisión que requiere de un verdadero pensamiento crítico. Estos pueden ser estimulados por quienes nos quieren y rodean, pero en definitiva la decisión de respetarlos y llevarlos adelante, siempre es personal.

Y según Khalil Gibran “del sufrimiento surgen las almas más fuertes. Los caracteres más sólidos están plagados de cicatrices”. Seguramente, ellas forman parte del aprendizaje de hombres y mujeres, que tuvieron que caer y volver a empezar de cero tantas veces, con las bocas cargadas de amargura y desánimo, pero sin embargo, no se dieron por vencidos.

También reconozco que nos insensibilizamos, tras ver en forma continua atrocidades que no tienen ni pie ni cabeza, maltratos, insultos, injusticias y violencia, que aunque no seamos partícipes en forma directa somos testigos presenciales. Y así vamos perdiendo lentamente sensibilidad, tras dejarnos anestesiar por esa contaminación ambiental y mental que nos circunda y atrapa.

“Sabemos lo que somos, pero aún no sabemos lo que podemos llegar a ser”, así lo expresa Shakespeare, por eso intentemos que esas cicatrices nos fortalezcan en lo que vendrá, tras la búsqueda incansable por ser mejores personas.

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