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SÍNDROME DE LA POLENTA CALENTITA

En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme”, no hace mucho tiempo vivía una señora que narraba siempre una historia. Generación tras generación ese cuento fue pasando, hasta que un día a alguien se le ocurrió cuestionarse ¿cuán cierto era lo que contaba?


Todo comenzó cuando la señora decidió narrar sus peripecias rumbo al almuerzo de sus hijos.  Los pequeños iban a la escuela y allí se quedaban a almorzar. En su relato, aseguraba que día tras día, bajo las inclemencias del tiempo y el azote del invierno llevaba una exquisita polenta calentita, para que sus hijos comieran algo sano y caliente que les reconfortara y potenciara su día.

 Acoto que la señora en cuestión, vivía a un kilómetro y medio de la escuela, que iba a pie, y llevaba la comida en un tupper. El camino algo agreste, pastos altos, un monte de eucaliptus y un piso arenoso, difícil de transitar. Ustedes se preguntarán ¿a qué viene esta acotación?, pero no es menor cuestionarse ¿cómo era posible que a esa distancia, y dadas las dificultades del camino, la polenta llegara calentita?, y menos aún, los días que hacía cinco grados, o llovía torrencialmente. Por otra parte, no les hablo de la época del microondas, sino de unos cuantos años atrás cuando no había forma de calentar lo que los niños llevaban para almorzar.

 Hechas estas aclaraciones, les relato que mientras sus nietos escuchaban atentos el cuento, de su abuela, uno de sus hijos esbozó una sonrisa, entonces el nieto más pequeño preguntó:

 -Papá ¿de qué te reís, qué es lo gracioso?

 El padre se sonrojó, y carraspeó. Luego contestó:

 -De nada hijo, recuerdo con cariño la comida de la abuela.

 El hombre ya grande, recordó cuántas veces había sido realidad ese cuento, y advirtió que apenas un par de veces su madre le había llevado la comida a la escuela, lo que ya no recordaba era si había llegado calentita y si era tan exquisita como ella afirmaba, o era un bloque de polenta frío y apelotonado.

 Esta abuela a la que hago alusión, una gran narradora, con un gran poder de seducción en sus palabras. Su descripción pintoresca, no omite detalles, y es increíble cómo logra embellecer un en pocos segundos el relato, con notables alusiones que hacen la historia entretenida del principio al fin.

El “Síndrome de la Polenta Calentita” afecta a la mayoría de los seres humanos en mayor o menor medida, pues los recuerdos muchas veces se ven distorsionados, por adornos que sin darnos cuenta les hemos agregado, o cosas que hemos omitido. La mente recuerda las cosas como quiere, y con el transcurso del tiempo una historia contada en forma reiterada aunque distorsionada se puede hacer muy real en nuestras cabezas.

 Según Jean Paul “el recuerdo es el único paraíso del cual no podemos ser expulsados”, y de allí la importancia y el arraigo que tienen en nuestras vidas. Para George Sand “el recuerdo es el perfume del alma”.

 La memoria permite retener experiencias pasadas y según el alcance temporal se clasifica convencionalmente en: memoria a corto plazo, memoria a mediano plazo y memoria a largo plazo. A su vez,la memoria sensorial es la que nos permite traer al presente las sensaciones vividas o captadas por nuestros sentidos, y así recordamos situaciones en las que recreamos aromas o sonidos como si estuviéramos allí.

Para  recordar se apela a la memoria,  sobre la cual se puede confiar hasta cierto punto, y a partir de este margen de error comienzan las distorsiones, porque al recordar borramos cosas que nos  dolieron, que nos marcaron,  algunas las banalizamos, otras las reformamos a “piacere”  y entonces los recuerdos suelen hacerse algo confusos.  Además está lo que agregamos al sentir añoranza, nostalgia por el hecho que recordamos o narramos.

 Algunas veces, queremos recordar algo pero no lo logramos. En tal sentido, los investigadores sostienen que los recuerdos persisten en nuestro cerebro incluso cuando ya se han olvidado.Y es así que los recuerdos surgen cargados de sentimientos, de historias, de nuestro propio estado anímico, de lo que fuimos y somos, porque si bien forman parte de lo ocurrido, son testigos de nuestra vida, aunque muchas veces no demasiado fiables, de allí tantos malos entendidos y tantas versiones desencontradas.

Los recuerdos suelen ser grandes estrategas,  se hacen presentes en colores sepias, otros en blanco y negro, algunos difusos, algo esfumados y los multicolores, brillantes y claros. Mas todos teñidos por nuestro inconsciente, forman parte de nuestras narraciones, y se visten de acuerdo a la ocasión y al momento.La memoria es un elemento fundamental en el proceso del aprendizaje, mas es importante tomar conciencia que algunas veces, por distintas circunstancias, no es cien por ciento confiable. Estará en cada uno juzgar hasta qué punto los recuerdos que ella guarda en su inmenso bagaje es digno de creer o no.


Este síndrome, denominado “de la polenta calentita”, en honor a este relato,  permite a quien lo padece, tras realizar una o dos veces un acto generalizarlo como si fuera una rutina habitual en su vida. Pero vuelvo a repetir, quizás todos alguna vez hayamos sido protagonistas de una situación así, sin ser realmente conscientes.

Andrea Calvete

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