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UN DÍA CALUROSO


Los vapores de las veredas bañan de calor el aire, el astro rey calienta sin piedad y una brisa húmeda y pegajosa nos toma de la cintura. La mirada tibia y calma de la mañana perfuma el aire, un cielo celestre brilla diáfano, mientras entre los árboles trinan alborotados los pájaros. Un día maravilloso, pero muy caluroso. Contagian así en su canto algarabía y devuelven el vigor que parece perderse en el sopor que aumenta en la medida que pasan las horas.

¡Qué maravilla que, dentro de tanto contagio, haya algo bueno que contagiar, o compartir! Es increíble como un diminuto animal como son los pájaros puedan expresar tanto a través de su canto.

La sombra de los árboles manantial de frescura, refugio para sobrellevar el agobio del calor. En las casas giran a toda máquina los ventiladores de techo, turbos y como una bendición los aires acondicionados.

El agua es elemento mágico que refresca, dinamiza y da vida al día, sin ella es imposible soportar las altas temperaturas. Sin embargo, el calor de este día esta nutrido de aromas, de sonidos llenos de vida y encanto. Es mágico el verano, con su mirada tibia y serena perfuma las mañanas salpicadas de esperanza y vitalidad. Los pájaros no paran de trinar, con profunda emoción cantan desde alba hasta que anochece. Los escucho atenta y me pregunto: ¿Qué dirán, qué querrán expresar? Lo cierto es que están desbordantes de energía, y le ponen música al día. Las chicharras en la medida que el calor aumenta suenan más potentes.

Recuerdo cuando iba a la escuela me hacía mucha ilusión esta época, luego de correr e insolarnos en el patio del recreo volvíamos exhaustos, transpirados como en trance. La maestra con buen atino nos permitía un pequeño descanso, apoyábamos los brazos y la cabeza sobre el pupitre y descansábamos quince minutos. ¡Cuánta plenitud en aquellos quince minutos, cuánto bienestar, una paz indescriptible reinaba en la clase! El olor al verano acompañaba, entraba por la ventana el aire perfumado por las hiedras que daban al balcón, mientras algún pájaro nos arrullaba con suavidad. Un silencio perfecto, no se oía ni nuestra respiración.

¡Y cómo no recordar la sombra fresca de la parra que comenzaba a llenarse de uvas, o del sauce llorón meciendo sus ramas al viento! Las mariposas revoloteaban efímeras en esa plenitud de aromas y sensaciones que daban paso al verano. Las ventanas abiertas, y los fondos habitados por sus dueños, la prueba perfecta que el calor con su poderoso encanto congregaba a las familias a la mesa y al reparo del sol.

Si bien los días calurosos algunas veces son difíciles de soportar, también tienen el encanto de ese baño fresco reparador en el que parece que revivimos cuando aún con el cabello mojado nos disponemos a continuar el día, impregnados por esa agua reparadora y refrescante. Los jugos frutales frescos y apetitosos iluminan las risas contagiosas de los niños que juegan con agua, como si el calor no importara para nada y el tiempo fuera un espacio en el que todo es posible.

Andrea Calvete

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