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CIMIENTOS

Escasa claridad se cuela por las rendijas, mientras el desasosiego cabalga a su ritmo mutilante y ensordecedor. Suenan las campanas alocadas esperando que algo cambie, que un milagro suceda. Sólo la magia podría traspasar esa barrera temporal y estructurada en la que los pensamientos se encapsulan en un recinto limitado y semioscuro.

Convoca a sus sentidos, los cuestiona, los interroga mientras un reflejo le distrae, es su propia imagen o la de ese otro yo al que desconoce y se asoma. Aturdido lo escucha, lo percibe, pero no le deja tomar asiento, prefiere que continúe su camino, porque el tiempo no se detiene, la imprecisión le desconcentra, y el miedo pronto le habita.

Sí el miedo, ese señor oscuro y temerario le desafía, le mira con cara inquisidora cuestionando sus más profundos deseos, sus pensamientos y también sus sueños. Clava su punta afilada, el aire escasea, los minutos agonizan y el mundo parece detenerse, como un buen exorcista le atemoriza hasta lograr su cometido.

Le tiene acorralado de pies y manos, sin embargo, sus pupilas brillan porque al mirar al cielo vuela libre hasta perderse en el horizonte. Ya no queda rastro de él, ni de sus miedos. De pie observa la obra que ha quedado a medio hacer, con las herramientas en mano toma la espátula y coloca ese ladrillo que parece sostener los cimientos de su propia existencia.

Andrea Calvete

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