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UNA PRUEBA QUE SORTEAR

Cuentan que hace muchos años un velero se encontró meses a la deriva. Salió del Puertito del Buceo y un viento Pampero lo llevó muy lejos de la costa. La turbulencia rompió el pequeño equipo con el que Raimundo Altamiranda se comunicaba con tierra firme.

Así pasaron meses, lo buscaron barcos de Prefectura, amigos de Raimundo, pero parecía que se lo había tragado el mar. Se tejían historias, pero nadie sabía lo que realmente había pasado, eran meras conjeturas.

Raimundo pisaba los cincuenta largos, sus ojos claros iluminaban su cabello cubierto de canas, mientras su enorme sonrisa invitaba a todo el que lo conocía conversar con él. Un hombre desbordante de simpatía y bondad, aunque trabajaba de sol a sol, no le faltaba un minuto para escuchar o tomar un café con un amigo.

Como era una persona muy querida por todos, habían puesto especial esmero en encontrarlo pero la esperanza se esfumaba en la medida que los meses pasaban.

Seis meses después, Dionisio navegaba en altamar en su barco pesquero, de pronto divisó una pequeña embarcación, con un hombre tendido en el piso. De inmediato puso proa hacia él. Pasados unos minutos tomó contacto visual directo, no lo podía creer, era Raimundo con la ropa raída, el cabello y la barba larga, parecía haber aparecido desde una isla desierta en el medio de la nada.
Raimundo estaba acostado en el fondo del barco, con los ojos mirando al cielo, su expresión de bondad y generosidad permanecían intactas a pesar del cambio de rumbo y el periplo vivido.

Dionisio le ofreció ropa, un baño caliente y un buen plato de comida. Luego de entrar en calor Raimundo comenzó a contar su travesía. Seis meses lejos de casa en el mar perdido era mucho tiempo. Sin embargo, había algo que le había permitido sobrevivir, y era que a pesar de haber perdido el rumbo nunca se había desesperado, ni obsesionado con que iba morir, porque tenía la certeza que era una prueba que debería superar y así lo hizo confiado en algún momento regresaría.

De regreso, ya recuperado pensó: “Me aparté del camino no por voluntad propia, estos meses han sido un desafío de supervivencia, de poner a prueba mis ganas de superarme, de no darme por vencido, de ver lo bonita que es la vida a pesar de los momentos arduos que nos toquen sortear. Agradezco no haber perdido la fe, la esperanza y la ilusión de que sería capaz de regresar”.

Andrea Calvete

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