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COMPARTIR ES VIVIR

Las preguntas asaltaban los minutos, los segundos eran interceptados por interrogantes, así las palabras sentían el apremio de dar respuestas, aún cuando ellas todavía no habían llegado.

El segundero marcaba con ahínco el ritmo del tiempo, mientras una gota que perdía de la canilla de la cocina sonaba monótona y continua. En esa atmósfera cargada de presión el tiempo transcurría es búsqueda de respuestas.

¿Pero por qué no llegaban, acaso había algún pendiente por cumplir las detenía? Posiblemente, lo que se debió hacer y no se hizo fuera parte importante para que los minutos se tornaran sofocantes y nocivos.

Algunas veces en forma de recuerdos, otras como sueños, surgen aquellas cosas que debimos llevar a cabo, pero finalmente quedaron sin efectuarse. El cerebro es inminente a la hora de cobrar factura, tarde o temprano se enciende una luz roja que anuncia el cortocircuito, ese cable que falló y no permitió que todo saliera según lo previsto.

Sin embargo, lo que ya no pudo ser no tiene sentido seguir ocupando preocupación y desvelos, sí podemos centrarnos en cómo seguir el camino de ahora en más. El pasado es un tiempo del que podemos aprender mucho, pero al que inexorablemente no podemos regresar.

Desde luego que con los recuerdos, la memoria y la imaginación podemos llegar hasta donde queramos en el tiempo. Sin embargo, el hecho de quedarnos estancados en el pasado no un buen consejero, porque la vida continúa sin descanso.

No siempre es posible llegar a los rincones más húmedos, lejanos y perdidos, la memoria suele jugarnos en contra y distorsionar a “piacere” lo que recordamos casi convencidos que fue así. El recuerdo se adereza de sentimientos, de condimentos que la imaginación agrega, entonces difícilmente sean del todo fiables.

Sin embargo, hoy a Martín le resultaba muy difícil encontrar esa infinidad de respuestas que lo perseguían y acechaban, en su cabeza estaba aún todo muy confuso, debería fortalecerse para poder pensar con mayor claridad lo que estaba viviendo, para después zambullirse en sus profundidades más íntimas y lejanas.

La gota que caí lenta y monótona, no dejaba de sonar en la cabeza de Martín que hallaba en ese sonido una sensación peculiar, que lo molestaba y perturbaba. Entonces se paró y si dirigió hasta ese grifo para ver si podía cerrarlo en forma definitiva, y lo logró.

Entonces volvió a sentarse en un sillón de hamaca que tenía frente a un ventanal por el que entraba mucha luz. Más tranquilo se balanceó sobre él, se cebó un mate y escucho el trinar de unos pájaros que alegremente rompían el silencio de la mañana.

Así Martín logró romper su propio silencio, hacía mucho tiempo que no dejaba entrar a nadie a su ser más profundo, ni a el mismo. Así se dio cuenta lo solo que estaba, y se sorprendió en un adorno de cobre cercano que reflejaba su imagen. Lo que vio no le gustó, un hombre con el seño muy fruncido y con los ojos llenos de tristeza.

Inmediatamente, abrió la ventana respiró profundo, y decidió llamar a su hermano, con el que hacía mucho tiempo no se comunicaba, para conversar cara a cara y contarle por qué la tristeza había invadido su corazón. Antes de marcar el número pensó: “Si comparto con alguien que quiero lo que me duele, posiblemente me sienta más aliviado y también reciba apoyo y consuelo. El omitir que un problema existe, no es buscarle una solución. Compartir es vivir".

Andrea Calvete

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