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EL DESGASTE DEL TIEMPO

A medida que transcurre la vida, el tiempo desgasta nuestros sentidos, anhelos, sueños, utopías, defectos y virtudes, todo pasa por ese accionar ineludible de los días, horas, minutos y segundos que componen nuestro camino. Sin embargo, es maravilloso cuando descubrimos que seguimos asombrándonos o sorprendiéndonos.

Los obstáculos se interponen en el camino, nos caemos y levantemos, heridos, lastimados, pero de pie continuamos, porque no hay peor batalla que la que no se da. Y en este recorrido será muy importante el poder de resiliencia que hayamos adquirido, porque de él dependerá como nos sobrepongamos a los problemas.

El tiempo desgasta, nos modela, nos talla, y en la medida que transcurre descubrimos cambios que también van de la mano de esa búsqueda y crecimiento personal que realizamos al comenzar navegar en nuestro yo más íntimo.

Día a día nos despierta un amanecer que llega con los primeros rayos del día venturosos, anhelando ver una sonrisa cuando nuestros párpados se abren. Aunque hay veces que cargados de un sinfín de cosas nos levantamos de prisa y nos tragamos el desayuno a la ligera, para después comenzar una jornada casi interminable.

¡Pero, qué importante es desayunar tranquilos, respirar profundo y lento para poder comenzar con la mejor energía el día! Esta reflexión bastante sencilla, es la base para que nuestras horas se encaminen de la mejor manera, o para no “empezar con el pie izquierdo”, como diría un viejo proverbio.

Así como la piedra sufre el desgaste del agua, del viento, del sol y de los años, del mismo modo sentimos esa sensación en nuestro cuerpo, cuando las semanas son agotadoras, los problemas se suceden minuto a minuto y el fin de semana parece inalcanzable.

Al llegar el fin de semana, ¿cómo manejar ese tiempo de descanso? Algunas veces, paradójicamente nos abarrotamos de actividades pendientes o simplemente nos sumergimos en el más profundo letargo y entonces volvemos a comenzar la semana agotados. Del estrés a la calma, la vida corre de prisa y la dejamos escapar.

En ese correr de prisa, o en ese andar cansados o abatidos, no sintonizamos con nuestros seres queridos la frecuencia que están escuchando, entonces comienzas los malos entendidos y los problemas. No es sencillo ponernos en el lugar del otro, y menos si no sabemos dónde estamos parados.

Estar en sintonía con quienes nos rodean es una de las tareas más difíciles de lograr, porque requiere establecer empatía, entendimiento y comprensión. Probablemente, si nos dejamos doblegar por el egoísmo, la autocomplacencia y el más absoluto ego, no lleguemos más lejos que a sabotear nuestras relaciones personales.

También, es común que las relaciones de pareja se desgasten, se resquebrajen, aunque es importante cuestionarse muy bien antes de tirar todo lo que construimos por la borda, porque ciertas decisiones no tienen marcha atrás.

Del mismo modo, las relaciones personales, con amigos, familiares, compañeros de trabajo, son susceptibles de desgaste. Para mantener esa llama viva, hay que alimentarla y cuidarla. Las relaciones personales son una suerte de planta, hay que regarlas día a día para que crezcan y no se sequen.

Generalmente, culpamos a los demás de que las cosas no nos salen, de que nos han puesto de un pésimo humor, de no poder alcanzar lo que deseamos, pero en definitiva el primer gran responsable de lo que nos sucede somos nosotros mismos, con nuestros accionar, con nuestras decisiones acertadas y desacertadas.

En la medida que transcurren los años, nos enfrentamos a las arrugas, a las canas, al deterioro de nuestro cuerpo, producto del desgaste del tiempo, de los años vividos, transitados, transcurridos. Sin embargo, si detrás de esa imagen logramos ver las marcas de las risas, errores, aprendizajes, momentos de plenitud, entonces, la imagen que podamos percibir puede ser bastante diferente, porque el tiempo ha desgastado su tránsito de la mejor manera.

Y si no ha sido así, nos hemos equivocado muchas veces, hemos perdido nuestras horas llorando situaciones que ya deben ser superadas, estamos a tiempo de cambiar, de ver que es posible alcanzar lo que deseemos, porque nuestro tiempo real es aquí y ahora. Sólo es cuestión de proponernos ¿qué es lo que anhelamos y cómo continuar?

Quizás sea tiempo de cambio, de renovación, de búsqueda y encuentro, de salirnos de los parámetros establecidos, de descubrir nuevos paradigmas, aunque parece no haber nada nuevo bajo el sol, es ineludible que la perspectiva del camino se hace muy diferente según el punto donde decidamos ponernos.

¿Dónde decidiste ponerte?

Como un mero espectador, sin tomar participación en nada.

Como alguien que desea lamentarse toda la vida y no cambiar absolutamente lo más mínimo.

Como un gran combativo, que todo lo critica y cuestiona, que en última instancia busca cambiar todo a su “piacere personal”, cueste lo que cueste.

Como un ser reflexivo, comprensivo, que busca el diálogo, intercambio y superación, pero aún no encuentra el modo de proceder.

Como un gran simulador de éxitos, al que nada lo doblega o rinde.

Como un ser superado, que ya no tiene muchas ganas de nada.

Como un ser amargado, agriado, resquebrajado por las cosas malas y que no deja surgir la parte positiva de la vida, ni por un instante.

Como un ser que cada día puede renacer, descubrir algo nuevo y sorprenderse con lo más pequeño e insignificante.

Existen muchas posiciones dónde ubicarnos, te pusiste a pensar ¿dónde te gustaría situarte?

Probablemente, si escuchamos a quienes nos rodean veamos que todos tienen problemas similares de alguna forma u otra, que no hay familias, amigos, trabajos o situaciones “perfectas, ideales” o como les guste llamarlas. A todos en alguna medida nos ha tocado caer y levantarnos varias veces, pero lo importante es que a pesar de todo seguimos de pie y en marcha con entusiasmo.

Finalmente, resistir el desgaste del tiempo requiere valentía, fortaleza, entereza y vitalidad contagiosa. Los años pueden arrugar la piel, pero no el alma.

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