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¿POR QUÉ NOS EQUIVOCAMOS?

¿Pensaron alguna vez cuántos errores llevamos cometidos? Posiblemente no nos alcanzaría la memoria, ya que la gran mayoría se producen en forma inconsciente y no intencional, con el agravante que su reconocimiento implica, además, asumir una falla.

Lo cierto, es que todos nos equivocamos, del primero al último de los hombres que habitamos este planeta. Sin embargo, el hecho de reconocer esos errores se hace bastante difícil por diferentes circunstancias, entre ellas el asimilar que las cosas no salieron como esperábamos.

Los errores tienen lugar por diversas causas: situaciones mal resueltas, personas que no resultan ser las que creíamos, expectativas desmedidas, valoraciones desmesuradas, tiempos acotados, caminos no propicios… opciones que no eran las apropiadas para el momento de vida que transitábamos. Es tan difícil tomar el camino correcto cuando se produce una encrucijada de sendas, uno se marea, y no ve con claridad ¿hacia dónde dirigirse?

Si partimos de la base que muchos errores los realizamos desde el plano inconsciente, quizás a un gran número aún no lo hayamos registrado. Recién cuando las cosas no salen como esperábamos, allí salta el fallo, o la equivocación. También es común tomar consciencia de ellos cuando alguna persona allegada nos lo hace notar.

Aunque algunos errores parten desde la educación inculcada, en la que es necesario realizar “todo a la perfección”, pero cabe preguntarse ¿es posible alcanzarla? Sin embargo, por más que nos esforcemos tratando de dar lo mejor posiblemente algo no salga cómo previmos.

Y como lo que hacemos tantas veces dista de lo que deseábamos en un principio, es importante conocerse a sí mismo, reconociendo virtudes y defectos, porque de esta manera será más sencillo enfrentar cualquier equivocación.

Al enfrentarnos al error, pasamos por diversos estados de ánimo: fastidio, angustia, rabia…, por no haber visto a tiempo algo que se hubiera podido evitar. Al reconocerlo, entonces surge la toma de consciencia, la meditación, la reflexión, que nos permite sentirnos mejor con nosotros mismos y con los demás.

Pero quien no tropieza con una piedra, es porque no camina, y lo mismo sucede si no intentamos desafíos, cambios, alternativas, y como bien señala Goethe “el único hombre que no se equivoca es el que nunca hace nada”.

Las posibilidades de equivocarnos siempre están presentes, porque las predicciones referidas a que todo salga como esperamos siempre tienen que cargar con un margen de error posible, más allá de poner lo mejor de sí. Siempre existen factores externos, que no dependen exclusivamente de nosotros que también tienen cabida y son parte de este juego de errar.

El poder de autocrítica es algo bastante complejo de lograr, porque requiere un importante conocimiento de uno mismo, de autocontrol, introspección y de autoestima. Esta enumeración de requerimientos es fundamental para poder enfrentarnos con nosotros mismos, con nuestros errores, que quizás sean dolorosos y crueles, pero mejor es aceptarlos que evitarlos.

Evitarlos implica autoengaño, el desconocimiento de lo que hemos hecho, o pretendimos hacer. Y aunque lo pasado forma parte del tiempo pretérito, es parte de lo que somos y de ¿cómo nos sentimos?

Los errores tienen una suerte de paralelismo con los edulcorantes: algunos se repiten muchas veces hasta que se logran digerir. Y el retrogusto es algo que no sabe bien, y que trae aparejado malestar con uno mismo, en una suerte de malos días o días grises.

No necesariamente, debe estar nublado, para que nuestro estado anímico acompañe a ese cielo encapotado, basta con cargar unos cuantos errores de peso para que nuestro día se haga interminable. Ya sé que me dirán que existen algunas personas a las que nada les afecta y no tienen el menor cargo de consciencia, pero ese es otro problema referido al egocentrismo, al egoísmo, a la falta de consideración por los demás.

Partamos de la base que sí somos capaces de sentir frustración, dolor, angustia porque nos hemos equivocado, desde allí comienza el camino del aprendizaje en cualquier orden de la vida. Los errores también han sido aliados de grandes hallazgos en la historia de la humanidad.

El reconocimiento del error implica humildad, es decir ser capaces de ver nuestras limitaciones, dejando de lado el orgullo y la vanidad, que lo único que hacen es alejarnos del camino del aprendizaje, del conocimiento y del crecimiento personal.

Según Ramón y Cajal “lo peor no es cometer un error, sino tratar de justificarlo, en vez de aprovecharlo como aviso providencial de nuestra ligereza o ignorancia”.

Y parece paradójico que en pleno siglo XXI, cuando el mundo ha avanzado en tantos aspectos, no podamos decir que hemos terminado con la discriminación de cualquier tipo, porque, lamentablemente, ese es uno de los errores más frecuentes y dolorosos que se pueden ver a diario en diferentes ámbitos, aunque el discurso apunte a decir diametralmente lo opuesto.

Son demasiados los errores que nos restan por reconocer y aceptar, como sociedad y también como individuos. El hecho de analizar esa gran lista de equivocaciones, es un paso significante en el camino, en el cual el análisis, la crítica, la reflexión y la búsqueda son palabras claves a seguir.

Los autorretratos, aún para los artistas más eximios, han resultado complejos, porque el descubrimiento, ese mirar hacia adentro, implica transitar por vericuetos inesperados, pasadizos olvidados, rincones húmedos, objetos envueltos en telas de araña, es decir, buscar en los rincones más profundos que lindan con imágenes borrosas y olvidadas, pero que merece la pena rescatar de ese baúl de errores para no volverlos a cometer.

El impacto al aparecer el error es algo inevitable, aunque cuando la imagen personal o social no se pierde, porque los valores y el camino a seguir son claros, entonces las equivocaciones se enfrentan con valentía, con la convicción de aceptar que nos seguiremos equivocando, pero al reconocer gradualmente los tropiezos, daremos un primer gran paso para apostar una sociedad más justa y honesta.

Gandhi nos invita a ser cuidadosos con lo que pensamos y hacemos para equivocarnos lo menos posibles y dice: “cuida tus pensamientos, porque se trasformaran en actos, cuida tus actos, porque se trasformaran en hábitos, cuida tus hábitos, porque determinaran tu carácter, cuida tu carácter, porque determinara tu destino, y tu destino es tu vida”.

¿Y quienes somos para juzgar a los demás si no empezamos por nosotros mismos, por nuestra propia morada?, ¿de qué sirve opinar y dar sugerencias, sino sabemos enfrentar y solucionar lo que nos sucede a cada uno de nosotros seres individuales y factibles de errores? Si deseamos dejar abierta la puerta de la verdad, no echemos el cerrojo a los errores, dejémoslos pasar para enfrentarlos y aprender de ellos.

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