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“CUANDO SEÑALES CON EL DEDO, RECUERDA QUE LOS OTROS TRES TE SEÑALAN A TI”


Diariamente las personas son etiquetadas y señaladas como si fueran productos expuestos en los supermercados prontos para la venta. Quizás no seamos conscientes de este problema, y lo hagamos sin darnos cuenta. Lo cierto es que estas etiquetas dañan a muchos seres humanos, y contribuyen a la discriminación. Por lo tanto, no tenemos ningún derecho a hacerlo.

Sin embargo, es un problema que existe desde los comienzos de la Humanidad, lo que llama la atención es que en la actualidad dado los adelantos y posibilidades con los que contamos, aún siga siendo una situación por resolver.

Muchas veces al ver las cosas que ocurren día a día, me detengo y pienso si realmente vivimos en el siglo XXI o nos hemos quedados estancados en algún otro siglo. Y basta con mirar las noticias donde datos relevantes de la persona a la que se hace referencia,  parecen ser: su condición social, su estado civil, su opción sexual, política, ideológica, filosófica o religiosa, en lugar del hecho que los ha convertido en noticia, es decir su proceder.

A modo de ejemplo, me pregunto qué agrega en el caso de los dos enfermeros recientemente procesados en Uruguay su religión u opción sexual,¿esos datos atenúan los hechos o los agravan?, para mí son datos que no aportan al caso, es mezclar muy mal las cosas. Fueron procesados por haber cometido múltiples y atroces asesinatos, y es en eso que nos tenemos que basar.

Y siempre están las personas que de un pequeño nudo logran hacer uno mucho más grande, agregando datos irrelevantes, pero que a su vez confunden a la opinión pública, y en un momento donde la situación se torna muy delicada cualquier aporte puede llegar a desestabilizar el sentir popular, que ya se ve muy cascoteado.

Siento que las distintas opciones que las personas decidan tomar en su vida no marcan las diferencias en cuanto a valores humanos, a ese don de gente que les caracteriza y distingue. Porque en todos los grupos, no importa su origen, hay personas mejores y peores, y eso también de acuerdo a una categorización propia y personal.

En este siglo XXI es vergonzoso discriminar a alguien, no importa el motivo, no hay lugar para eso. Vivimos en un mundo que apuesta al cambio, a la tecnología, a la apertura de ideas,  donde la búsqueda  por la integración, el respeto,  la tolerancia y la  libertad no debe perderse nunca de vista.

Y la libertad es la capacidad que posee el ser humano de poder obrar según su propia voluntad a lo largo de su vida, por lo que es responsable de sus actos. Según Paul Sartre “el hombre nace libre, responsable y sin excusas”, pero si la libertad es cuestionada, etiquetada, juzgada, por estigmas, categorizaciones, entonces este el hombre se encuentra viviendo encerrado en su propia celda.

Realmente, intento que lo que piensen lo demás de mi o el modo que me categoricen no me afecte, dado que entiendo proceder de acuerdo a lo que siento y pienso, y si somos fieles con eso, poco debe pesar ese juicio al que nos vemos sometidos permanentemente, en un mundo que parece mirar sólo a los demás sin mirarse previamente en el espejo.

Y esto creo que es la base del respeto, antes de juzgar o emitir una opinión por alguien, sencillamente mirémonos hagamos un trabajo de introspección, y luego retomemos la tarea, creo que en esta segunda instancia seremos mucho más benevolentes a la hora de juzgar a un semejante.

Muchas veces he disentido con gente amiga sobre política, creencias, y luego de hablar largo y tendido, me he puesto a pensar  que existen tantas coincidencias que nos unen, pero sólo que canalizamos nuestras ideas, creencias, pensamientos e ideologías de diferente manera, y eso también es muy respetable.

El respeto por cada semejante es la base del diálogo, de la construcción, de la educación y del progreso, sino viviremos en un mundo que apuesta a grandes cambios, pero que en el fondo aún preserva un discurso conservador y discriminatorio, que no nos permite convivir a todos bajo el mismo sol.

Y el sol nace para todos por el oriente sin discriminar por país, raza, sexo, edad… calienta a todos por igual. La inequidad es una palabra que debería estar a esta altura en desuso, desterrada, pero lamentablemente, tantas veces sin darnos cuenta adjetivamos como: flaco, gordo, peludo, pelo pincho, rico, pobre, planchita, drogadicto, homosexual, loco, infeliz, blanco, negro, mestizo,… y podría seguir la enumeración.

Quiero creer que esta forma de calificar, es parte de que somos seres humanos factibles de errores, pero pensemos que es hora de reflexionar detenidamente, porque cada vez que le colocamos un cartel a una persona le ponemos mucho peso en sus espaldas, y también en las nuestras, porque nadie está libre de culpa o de pecado, y el que lo esté que tire la primera piedra, porque por más que actuemos de buena fe, nos equivocamos y nos seguiremos equivocando, por lo tanto, tengamos la humildad de reconocer este defecto para luego encaminarnos a ser menos severos  a la hora de categorizar a las personas.

Asimismo, el calificar a las personas en forma continua e indiscriminada, sin tomar conciencia de lo que realmente esto significa, nos lleva muchas veces a pisar los talones a la discriminación, ya que el uso de esos “calificativos” terminan por distinguir, separar, excluir a esa persona que es categorizada, etiquetada a “piacere” sin tener en cuenta que el respeto, la dignidad y la libertad son valores que es necesario no traspasar.

Por otra, parte “cuando señales con el dedo, recuerda que los otros tres te señalan a ti”, algo que si nos lo ponemos a pensar detenidamente, es válido, porque antes de señalar a alguien es preciso mirarse a uno mismo previamente.

Y el gran problema es que en este mecanismo donde los estigmas aparecen en forma permanente, es que se tiende a confundir la moral y la ética, que son cosas muy distintas. Cuando hablamos de ética nos referimos al conjunto de principios y valores que orientan a la persona y a la sociedad, a la filosofía de vida. Y la moral es parte de la vida concreta de cada individuo, de sus hábitos, de sus costumbres, implica compromiso de vida.

Entonces, una persona puede ser moral porque sigue sus costumbres y sus hábitos, pero no necesariamente obedecer a los principios, es decir a la ética. Y si hablamos de principios, también estarán de acuerdo a la sociedad en que vivimos, al país, a la época y tantos otros factores que lo harán distintos según el tiempo y el espacio determinado.

Y la vida implica decisiones y opciones por lo cual las personas actúan de una determinada manera o de otra. Y de acuerdo con la ética, las decisiones deben ser racionales, responsables, argumentadas por motivos, pues la ética busca la fundamentación de la condición humana.

Y el tema de la ética y la moral, surge entrelazado pues cuando ponemos en tela de juicio a una persona nos cuestionamos en definitiva estos dos conceptos, que son diferentes, pero que muchas veces suelen confundirse.

A todas estas confusiones al categorizar, debemos agregar que vivimos en un mundo globalizado donde los principios propios, esos característicos y distintivos, pronto se van pulverizando tras la mezcla cada vez mayor de las costumbres adquiridas de distintos lugares, perdiendo gradualmente la identidad.

Pero a pesar de los problemas antes mencionados, convivimos en un mundo donde cada uno de nosotros somos diferentes desde la individualidad, pero a su vez somos iguales como semejantes que vivimos y compartimos un ciclo de vida, por eso apostemos a dejar de lado cualquier tipo de discriminación, porque ya existen demasiados problemas que nos aquejan como para continuar poniendo obstáculos en el camino.


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