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INMORTALIZAR EL MOMENTO


Inmortalizar el momento es rescatarlo del olvido, es ponerlo en ese lugar sagrado donde late el amor más íntimo. Es salvarlo de la fugacidad. Es cuidar
su perfume, su tibieza, su esplendor para que continúe reluciendo en el camino de nuestra existencia.

No permanecen allí sin motivo, los motivos son contundentes y de gran importancia. Nada queda inmortalizado por azar. Los momentos que se graban en el alma tienen razones profundas, raíces hondas que sostienen el pulso y la dirección de nuestra vida. Son marcas ardientes que, incluso en la oscuridad, nos orientan hacia nuestra esencia.

Inmortalizamos lo que nos ha conmovido hasta el estremecimiento, lo que nos ha enriquecido más allá de las palabras, lo que ha sido un abrazo a nuestra esperanza. Lo que nos impulsó a crecer, lo que nos enseñó que la vida no es una meta, sino un viaje donde siempre seguimos aprendiendo.

Inmortalizar el momento es abrir un cofre invisible en el corazón y depositar allí ese “diminuto instante inmenso en el vivir”, ese parpadeo eterno donde la realidad se vuelve un regalo. Es volver a sumergirse en él cuando el tiempo aprieta y sentir que aún respira, intacto, con la misma fuerza con que nació.

Porque inmortalizar no es solo guardar: es reavivar. Y reavivar es darnos permiso para resurgir esa llama que una vez encendió su luz. Inmortalizar el momento es rescatarlo del olvido, es ponerlo en ese lugar sagrado donde late el amor más íntimo. Es salvarlo de la fugacidad para convertirlo en motor de vida.

Andrea Calvete

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