DONDE EL MAÑANA TIEMBLA Y LA UTOPÍA PERSISTE
Algunas veces, cuando el mundo gira demasiado rápido o simplemente se detiene en el absurdo, levanto la mirada y me lleno de preguntas. Preguntas como piedras que no encajan en ningún río, que se estancan en la garganta, que duelen en la piel y no hallan abrigo.
Respiro hondo. Intento domesticar el desasosiego.
Pero no hay paz posible cuando la razón tropieza con la
locura de los que mandan.
Estamos en manos de unos pocos que juegan con el destino
como si fuera un tablero de guerra. Tiran misiles, multiplican armas, diseñan
la muerte en laboratorios que no conocen el rostro del hambre.
Y uno se pregunta, en silencio o a gritos: ¿Mañana me
despertaré? ¿O ya no habrá un mañana al que despertar?
Los bosques se agotan, los ríos se intoxican, los aires se
llenan de hollín. Y sin embargo el mundo sigue rodando, como si el abismo no
estuviera delante.
¿Hasta cuándo? ¿Cuánto más necesita romperse para que despertemos?
¿Todavía hay algo que salvar o ya caminamos sobre las ruinas de un tiempo que
no supimos cuidar?
Las preguntas arden. Las respuestas, escasean. Y junto con
ellas, escasea el pan, el trabajo, el hogar donde cobijarse. Todo pende de un
hilo que a veces parece hilacha. Y no solo eso. La juventud, cargando las
heridas de un presente incierto, mira hacia el futuro y duda: ¿Traer hijos a
este mundo? Algunos lo postergan, otros renuncian. Así el mundo se va quedando
viejo, no solo de cuerpos, también de sueños.
Miro los números y me ahogo: el 1% más rico posee más que el
95% restante. ¿Quién puede dormir tranquilo sabiendo que millones mueren de
hambre mientras unos pocos coleccionan islas privadas? La desigualdad no es
solo injusta: es indecente. Y una vez más: ¿hasta cuándo?
Sé que suelo hablar con esperanza, que en cada palabra intento sembrar algo de luz. Y no quiero dejar de hacerlo. Pero hoy no puedo evitar invitarlos a preguntarse conmigo, a no mirar hacia otro lado, a no taparse los oídos con el ruido de la costumbre.
No es momento de certezas, pero sí de compromiso. Tal vez no tengamos todas las respuestas. Tal vez no sepamos aún cómo detener la caída. Pero si nos encontramos en la pregunta, si no perdemos la capacidad de asombrarnos, de indignarnos, de soñar, entonces tal vez —sólo tal vez— aún tengamos una posibilidad. Una posibilidad de hacer del “mañana” algo más que una duda. Una posibilidad de unir manos, voluntades, ideas. Una posibilidad de no dejar morir la utopía, esa llama antigua y persistente que aún dice: Podemos hacer de este, un mundo mejor.
Andrea Calvete