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EL TODO Y SUS PARTES

 

Se cuenta que en una aldea lejana vivían seis ancianos sabios. Sabían de estrellas y estaciones, de cuentos y silencios... pero eran ciegos.

Un día, el rey trajo hasta ellos un animal que nunca habían conocido: un elefante.

Grande, imponente, lleno de formas que ninguno podía ver. Así que, uno por uno, se acercaron a descubrirlo con las manos.

El primero tocó un colmillo. —Esto es como una lanza —dijo—, firme, afilado, frío como el marfil.

El segundo rozó la trompa. —No, no... esto es como una serpiente, larga, viva, impredecible.

El tercero sostuvo la cola. —Están equivocados —comentó—, lo que yo toco es como una cuerda.

El cuarto apoyó sus brazos en una pata. —Para mí es un tronco de árbol —afirmó—, sólido, fuerte, ancestral.

El quinto tocó la oreja. —Esto se siente como una hoja grande, suave y liviana.

El sexto colocó ambas manos en el costado del elefante. —No es nada de eso —dijo—, esto es claramente una pared, inmensa, inmóvil.

Cada uno habló desde su experiencia. Cada uno creyó tener la verdad. Entonces, un séptimo anciano, que también vivía en la aldea, se acercó. Era tan sabio como los demás... pero a diferencia de ellos, podía ver. Observó en silencio y luego les dijo con calma:

—Todos ustedes tienen razón... pero solo en parte. Han tocado fragmentos de una misma realidad. El elefante no es solo una lanza, ni una cuerda, ni una pared. Es todo eso... y más. Y así es también la vida. Cada uno de nosotros percibe desde donde está. Desde su historia, sus límites, su forma de sentir el mundo. Y aunque cada perspectiva es valiosa, ninguna es completa por sí sola.

Solo cuando las unimos todas, cuando escuchamos a los demás, el todo comienza a revelarse. Porque el todo no es simplemente la suma de sus partes, es mucho más, es el vínculo entre ellas. La armonía invisible que solo se revela cuando aprendemos a mirar... con todos las miradas y perspectivas.

Andrea Calvete

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