LO QUE DICE UN ABRAZO
Dentro de un abrazo cabe el universo entero. No hay límites ni fronteras, solo la extensión infinita de dos almas que se encuentran, que se reconocen sin palabras, que se sostienen cuando el mundo afuera tambalea. Un abrazo es el refugio donde el tiempo se detiene, donde las heridas se acunan y las alegrías encuentran. Es un lenguaje mudo que grita verdades que la voz no sabe pronunciar.
En un abrazo puedes sonreír con los ojos cerrados y llorar con el corazón abierto. Puedes renacer del escombro de un día gris o morir por un instante en la paz absoluta de sentirte contenido. Temblar por dentro, no de frío, sino por la vulnerabilidad más pura: ser uno mismo.
Un abrazo no pide explicaciones ni exige razones. Se da y se recibe como un acto de fe, como un puente que une sin más pretensión que la de ser sentido. Dentro de él, el miedo se disuelve, el alma se estira y se encuentra con otro latido.
Hay abrazos que curan, otros que despiertan, algunos que despiden y muchos que permanecen, incluso cuando ya no hay brazos, solo el recuerdo tibio de lo que fueron. Porque un abrazo verdadero no se mide por su fuerza, sino en la suavidad con la que deja huella.
Abrazar es fundirte en ese gesto sencillo y profundo, es dejar que tu existencia roce la de otro ser humano y, por un instante, descubrir que en la fragilidad del contacto reside la fortaleza de la vida misma.
Andrea Calvete