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CUARTO DE HORA


Existe un viejo dicho que nos anima a que aprovechemos nuestro cuarto de hora, ese momento de oportunidad emergente, en el que la luz ilumina nuestro camino. Sin embargo, parece ser un período acotado que se remite a ese cuarto de hora, de vida, o de tiempo. Cabría preguntarnos: ¿Por qué limitarnos en su duración, por qué no esperar que sea una constante con sus vaivenes en nuestro existir?

Evidentemente, cuando hacemos referencia a este cuarto de hora lo primero que pensamos en ese tiempo productivo, en el que alcanzamos la plenitud o al menos estamos más cerca. Aunque la plenitud como tal podría ser ese estado permanente de satisfacción y armonía que podemos alcanzar en diferentes etapas de la vida.

Este cuarto de hora puede cambiar su dimensión en función de la concepción que tengamos del presente, de este aquí y ahora, de la actitud con que enfrentemos la vida. “El ayer es historia, el mañana es un misterio, el hoy es un regalo, por eso se llama presente” Esta cita sale en la película Kung Fu Panda y la cita el Maestro Oogway

Quizás el estar expuestos a ese permanente balance entre lo que hemos hecho y lo que nos queda por hacer nos quita tiempo y energía. Lo hecho que nos sirva para aprender de los errores del pasado, para continuar esperanzados y con fuerzas, porque es en este aquí y ahora donde transcurre la vida, y si bien los proyectos venideros son los que nos alientan a seguir, no nos pueden desenfocar del momento presente.

Algunas personas confundidas, y cansadas de luchar, sienten que el presente se les escapa de las manos, lo perciben como un punto entre la ilusión y la añoranza. De este modo, ese cuarto de hora se podría convertir en un lapso tan pequeño que no alcanza para darnos ni el mínimo de satisfacción, ni entusiasmo. Dicen que las personas entusiastas son las que tienen un dios adentro, es decir luz, chispa vital, para continuar encendidas en lo que se propongan, vigorosas y ante todo con la energía vital puesta al servicio de disfrutar y de sentirse plenas y satisfechas.

La plenitud viene de la mano de gozar con totalidad e integridad, de nada sirve si tímidamente decidimos aprovechar a medias un día de sol, de lluvia, de trabajo, de amistad o de familia. Cuando intentamos disfrutar cada momento al máximo, posiblemente aparezca la plenitud a esbozar una sonrisa en nuestro rostro. En gran parte su aparición depende de la búsqueda personal que cada uno hace o se propone en el afán de sentirse mejor con los demás y con uno mismo. Seguramente si la buscamos con fervor, deseo y anhelo la alcancemos, sólo es cuestión de establecer prioridades, metas y valores que son el punto de partida para encausarla.

De nada servirá nuestro deseo o anhelo, si no realizamos pequeños esfuerzos por conseguirla. Cosas simples, sencillas que hagan de nuestro tiempo un día más agradable y fructífero. Por ejemplo, debemos aprender a decir sí y no cuando es necesario, a establecer prioridades, que muchas veces en el afán de avanzar perdemos de vista. Y es así que nos quedan llamados pendientes, reuniones con familiares y amigos, porque el tiempo vuela y no nos hacemos de ese ratito para verlos, escucharlos o simplemente decirles que los queremos.

Cuando permitimos que el reloj se detenga, gozamos de lo que estamos haciendo, disfrutamos de la compañía de quien está a nuestro lado, o simplemente nos encontramos con ese yo interno, comenzamos a vislumbrar esa sensación de plenitud. Y nos acercamos a la plenitud cuando la entrega es total. En cualquier orden de la vida cuando se da desde el corazón, con compromiso, esfuerzo y tesón, desde lo mejor de sí, surge entonces una sensación muy grata que se relaciona con el deber cumplido.

De regreso a ese cuarto de hora que hoy nos trajo hasta aquí, cabría preguntarnos: ¿Por qué limitarnos en su duración, por qué no esperar que sea una constante con sus vaivenes en nuestro existir? Si le abrimos la puerta a la plenitud, el cuarto de hora podrá ser un tiempo mucho más satisfactorio y duradero.

Andrea Calvete

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