¿ POR QUÉ DISCRIMINAMOS?
Se han puesto a pensar alguna vez por qué sucede un hecho tan común, frecuente y desafortunado, del que quizás hayamos sido responsables o víctimas. ¡Qué gran paradoja!, un acontecimiento que nos puede dejar parados de los dos lados del mostrador enfrentándonos a esa dicotomía de la que formamos parte.
“Cuando señales a alguien con el dedo, recuerda que los otros tres te señalan a ti”, he aquí gran parte del análisis que debemos poner en la balanza al comenzar a buscar respuestas a este tema que se sucede desde la noche de los tiempos, y del que alguien resultada herido, perjudicado o segregado.
¿Es acaso parte de la naturaleza humana discriminar?
Posiblemente, nos alejamos de determinados compartimientos porque no coinciden con nuestros modelos , o por sentirlos carentes de aspectos que para nosotros son esenciales, entonces de alguna manera nos separamos de quien resulta ser diferente. Pero en el fondo, todos somos diferentes y únicos, con valores y virtudes, con carencias y defectos, con blancos y negros. Aunque el acto en sí de la discriminación, suele ser ciego y sordo, por lo que se limita a ver sólo “la paja en el ojo ajeno” y a oír lo que le conviene a quien discrimina.
Al discriminar resaltamos las diferencias en el otro, quizás las más convenientes, las que se alejen de nuestros propios defectos y limitaciones, de modo de no perder nuestro asiento de confort en el que todo rueda de acuerdo a nuestras necesidades, cuestionables y corregibles de allí que priorizar en nuestra seguridad resulta un acto cotidiano, para afianzarnos a esa “normalidad objetiva” la que está impregnada en el fondo de una gran subjetividad. El caso es que vivimos dentro de ciertas normas las que nos permiten convivir en la sociedad, y dentro ellas el respeto y tolerancia hacia nuestros semejantes son pilares que algunas veces desde nuestros cómodos lugares resultan alejarse.
El respeto por cada semejante es la base del diálogo, de la construcción, de la educación y del progreso, sino viviremos en un mundo que apuesta a grandes cambios, pero que en el fondo aún preserva un discurso conservador y discriminatorio, que no nos permite convivir a todos bajo el mismo sol.
En este siglo XXI en cierta medida lleno de avances y logros, no debemos olvidar que las personas valemos por nuestro proceder y no por nuestra condición social, estado civil, opción sexual, política, ideológica, filosófica o religiosa.
La inequidad es una palabra que debería estar a esta altura en desuso, desterrada, pero lamentablemente, tantas veces sin darnos cuenta adjetivamos como: flaco, gordo, peludo, pelo pincho, rico, pobre, planchita, drogadicto, homosexual, loco, infeliz... o simplemente con una actitud desacertada hacemos sentir a un individuo segregado o discriminado. Por eso, antes de dar cualquier paso no olvidemos que el sol nace para todos por el oriente sin discriminar por país, raza, sexo, edad… y calienta a todos por igual.
Andrea Calvete
“Cuando señales a alguien con el dedo, recuerda que los otros tres te señalan a ti”, he aquí gran parte del análisis que debemos poner en la balanza al comenzar a buscar respuestas a este tema que se sucede desde la noche de los tiempos, y del que alguien resultada herido, perjudicado o segregado.
¿Es acaso parte de la naturaleza humana discriminar?
Posiblemente, nos alejamos de determinados compartimientos porque no coinciden con nuestros modelos , o por sentirlos carentes de aspectos que para nosotros son esenciales, entonces de alguna manera nos separamos de quien resulta ser diferente. Pero en el fondo, todos somos diferentes y únicos, con valores y virtudes, con carencias y defectos, con blancos y negros. Aunque el acto en sí de la discriminación, suele ser ciego y sordo, por lo que se limita a ver sólo “la paja en el ojo ajeno” y a oír lo que le conviene a quien discrimina.
Al discriminar resaltamos las diferencias en el otro, quizás las más convenientes, las que se alejen de nuestros propios defectos y limitaciones, de modo de no perder nuestro asiento de confort en el que todo rueda de acuerdo a nuestras necesidades, cuestionables y corregibles de allí que priorizar en nuestra seguridad resulta un acto cotidiano, para afianzarnos a esa “normalidad objetiva” la que está impregnada en el fondo de una gran subjetividad. El caso es que vivimos dentro de ciertas normas las que nos permiten convivir en la sociedad, y dentro ellas el respeto y tolerancia hacia nuestros semejantes son pilares que algunas veces desde nuestros cómodos lugares resultan alejarse.
El respeto por cada semejante es la base del diálogo, de la construcción, de la educación y del progreso, sino viviremos en un mundo que apuesta a grandes cambios, pero que en el fondo aún preserva un discurso conservador y discriminatorio, que no nos permite convivir a todos bajo el mismo sol.
En este siglo XXI en cierta medida lleno de avances y logros, no debemos olvidar que las personas valemos por nuestro proceder y no por nuestra condición social, estado civil, opción sexual, política, ideológica, filosófica o religiosa.
La inequidad es una palabra que debería estar a esta altura en desuso, desterrada, pero lamentablemente, tantas veces sin darnos cuenta adjetivamos como: flaco, gordo, peludo, pelo pincho, rico, pobre, planchita, drogadicto, homosexual, loco, infeliz... o simplemente con una actitud desacertada hacemos sentir a un individuo segregado o discriminado. Por eso, antes de dar cualquier paso no olvidemos que el sol nace para todos por el oriente sin discriminar por país, raza, sexo, edad… y calienta a todos por igual.
Andrea Calvete