LOS ALUDES DE LA VIDA
En el correr de nuestra existencia, los aludes se presentan en forma permanente, como pruebas y obstáculos que debemos atravesar, como inmensas montañas por traspasar, o enormes mares que cruzar.
Todo es cuestión, de persistencia, esfuerzo y perseverancia. Quien ante el primer impedimento baja los brazos, posiblemente quede estancado en esa dificultad por mucho tiempo, y desate terribles tempestades sobre si mismo.
Aludes que nos entierran debajo de una inmensa capa de nieve, nos aplastan, asfixian, sin embargo intentamos incorporarnos en busca de oxígeno para no sucumbir ante el inmenso peso que ha caído en nuestro ser.
De diferentes colores, espesores e intensidades, algunas veces nos agarran a cubierto, y otras tan desprevenidos que nos arrastran tan lejos que al poder tomar contacto con la realidad no sabemos ¿a dónde hemos llegado?
Entonces, no somos conscientes de dónde estamos parados. ¡Qué sensación de inseguridad e inestabilidad, qué desasosiego profundo nos genera el no tener sentido de ubicación! Esa sensación, posiblemente desaparezca en la medida que tomamos contacto con lo que nos sucede y quitamos el velo de nuestros ojos.
El instinto de supervivencia es algo que los seres humanos tenemos incorporado desde el día que nacemos, es el que nos hace capaces de buscar aire, luz, agua y fuego para que nuestro cuerpo se aproxime a esos elementos sustanciales para la vida.
Aunque existen aludes simbólicos en los que los seres humanos quedamos totalmente sumergidos porque no somos capaces de afrontar lo que nos sucede, es decir pararnos con fortaleza, con poder de resiliencia.
La fuerza algunas veces parece desvanecerse, en esa lucha continua por dar un paso hacia la luz. No en vano, la vida nos va enseñando, va cincelando pequeñas asperezas, va esculpiendo esas vivencias que son esas experiencias que da alguna manera nos dejan marcas, que nos ayudan a mejorar y superarnos.
Como seres racionales intentamos explicar en forma permanente lo que nos ocurre. Sin embargo, olvidamos que no todo pasa por la razón, los sentimientos siempre presentes desafiándola, interpelan a la inteligencia, para poder elevar y trascender como seres formados por un interior valiosísimo y desconocido, al que permanentemente descubrimos.
Esas vivencias nos transforman, nos hacen seres diferentes cada día, como el devenir mismo lleno de cambios permanentes. Ese movimiento constante es parte de la vida, mientras que la quietud, el silencio, el recogimiento, son pausas “aparentes”, que en si requieren grandes procesos de transformaciones para llegar a esa tranquilidad casi incomprensible.
Los aludes conviven con nosotros son parte del paisaje, de nuestra naturaleza, es cuestión de prepararnos para sobreponernos con fortaleza y dignidad, de manera que un tropezón no sea caída, ni un impedimento una barrera intransitable. El peor enemigo, algunas veces solemos ser nosotros mismos.
Todo es cuestión, de persistencia, esfuerzo y perseverancia. Quien ante el primer impedimento baja los brazos, posiblemente quede estancado en esa dificultad por mucho tiempo, y desate terribles tempestades sobre si mismo.
Aludes que nos entierran debajo de una inmensa capa de nieve, nos aplastan, asfixian, sin embargo intentamos incorporarnos en busca de oxígeno para no sucumbir ante el inmenso peso que ha caído en nuestro ser.
De diferentes colores, espesores e intensidades, algunas veces nos agarran a cubierto, y otras tan desprevenidos que nos arrastran tan lejos que al poder tomar contacto con la realidad no sabemos ¿a dónde hemos llegado?
Entonces, no somos conscientes de dónde estamos parados. ¡Qué sensación de inseguridad e inestabilidad, qué desasosiego profundo nos genera el no tener sentido de ubicación! Esa sensación, posiblemente desaparezca en la medida que tomamos contacto con lo que nos sucede y quitamos el velo de nuestros ojos.
El instinto de supervivencia es algo que los seres humanos tenemos incorporado desde el día que nacemos, es el que nos hace capaces de buscar aire, luz, agua y fuego para que nuestro cuerpo se aproxime a esos elementos sustanciales para la vida.
Aunque existen aludes simbólicos en los que los seres humanos quedamos totalmente sumergidos porque no somos capaces de afrontar lo que nos sucede, es decir pararnos con fortaleza, con poder de resiliencia.
La fuerza algunas veces parece desvanecerse, en esa lucha continua por dar un paso hacia la luz. No en vano, la vida nos va enseñando, va cincelando pequeñas asperezas, va esculpiendo esas vivencias que son esas experiencias que da alguna manera nos dejan marcas, que nos ayudan a mejorar y superarnos.
Como seres racionales intentamos explicar en forma permanente lo que nos ocurre. Sin embargo, olvidamos que no todo pasa por la razón, los sentimientos siempre presentes desafiándola, interpelan a la inteligencia, para poder elevar y trascender como seres formados por un interior valiosísimo y desconocido, al que permanentemente descubrimos.
Esas vivencias nos transforman, nos hacen seres diferentes cada día, como el devenir mismo lleno de cambios permanentes. Ese movimiento constante es parte de la vida, mientras que la quietud, el silencio, el recogimiento, son pausas “aparentes”, que en si requieren grandes procesos de transformaciones para llegar a esa tranquilidad casi incomprensible.
Los aludes conviven con nosotros son parte del paisaje, de nuestra naturaleza, es cuestión de prepararnos para sobreponernos con fortaleza y dignidad, de manera que un tropezón no sea caída, ni un impedimento una barrera intransitable. El peor enemigo, algunas veces solemos ser nosotros mismos.
Andrea Calvete