¿ESTAMOS PREPARADOS ANTE RELACIONES DE ALTERIDAD?
La alteridad es la condición de ser otro, de reconocerlo, de un encuentro intersubjetivo que tiene lugar a través de la comunicación y el lenguaje. La sociedad actual poco favorece su desarrollo, sin embargo, en esa búsqueda personal e introspectiva surge la necesidad de comprender a nuestros semejantes en todas sus dimensiones para poder relacionarnos.
El hombre del siglo XXI se caracteriza por el individualismo, hedonismo, narcicismo, la atracción por el poder y la competitividad. Todos parámetros que parecen desdibujar el trabajo por ser otro, por intentar ver otra imagen que no sea la nuestra, vista a “piacere” personal.
Generalmente, tendemos a colonizar al otro, en el afán de que se apruebe lo que pensamos, sostenemos o creemos, sin ver que el hombre del hombre necesita, que nos complementamos aún en las disidencias. Al respecto, José Saramago dice: “He aprendido a no convencer a nadie. El trabajo de convencer es una falta de respeto, es un intento de colonización”.
Para ponernos en el lugar del otro es necesario dejar el ego en el armario y también nuestra subjetividad, para así dar cabida a los demás, al nosotros. Trascender el yo es aceptar las diferencias para cerrar las puertas al colonialismo, tan común y frecuente en la historia de nuestra humanidad.
Por otra parte, el ego nos lleva a sobredimensionar esa autoestima que es necesaria, porque es el concepto que tenemos de nosotros mismos, pero que suele salirse de los carriles cuando el yo es la palabra que prima en cada acción de nuestro día. Cuando intentamos ponernos en el lugar del otro damos paso a la humildad para cerrar las puertas a la arrogancia y la altanería.
Sin embargo, para trascender el yo es importante saberse mirar a uno mismo, dejar de lado las prisas, el estrés, para dar lugar a la búsqueda, al reflejo de esa imagen que muchas veces dista de la que nos gustaría ver. Es común dar valor a los objetos que poseemos y en función de ellos comienza la evaluación, por ejemplo damos valor a los aspectos materiales como prioritarios dejando lo espiritual relegado, en un plano muy oculto, de allí que esa identidad personal que buscamos pueda dejarnos un sabor amargo o un gusto no deseado, porque establecemos una relación sujeto-objeto, en lugar de sujeto-sujeto.
La relación sujeto-sujeto, implica reconocer al otro y a nosotros mismos en todas nuestras dimensiones. Para Frei Betto la alteridad es “ser capaz de entender al otro en la plenitud de su dignidad, de sus derechos y sobre todo, de su diferencia. Cuanta menos alteridad existe en las relaciones personales y sociales, más conflictos estallan” (*)
Entonces la alteridad se puede definir como un principio filosófico que establece la necesidad y capacidad que tenemos las personas de conocer al otro, y por ende a nosotros. Para generalizar los principios, fundamentos y percepciones de la humanidad debemos conocer al otro en una estrecha relación con el principio de dignidad, es decir, sobre la base del respeto de los derechos humanos. Y la dignidad puede verse como un valor intrínseco referido a la existencia humana, o como un valor extrínseco que se va adquiriendo a través de nuestras acciones, las que ganan un cierto respeto por parte de los demás.
A medida que tomamos conciencia de nosotros mismos, formamos gradualmente nuestra personalidad y adquirimos conciencia de nuestras similitudes y diferencias con los demás, entonces, cuando convivimos con otros semejantes y avanzamos en este camino se construye nuestra identidad y la alteridad. Según Marc Augé “la identidad se construye en el crecimiento individual a través de la experiencia con el otro y también en el nivel colectivo” (**)
El problema del otro o de la alteridad es un tema habitual cuando de pronto nos vemos parados frente a otra persona, no nos entendemos y ni sabemos que responder, entonces es necesario dar lugar al diálogo, a la comprensión y al encuentro. Por tal motivo, la alteridad está relacionada con la empatía, con esa capacidad percibir y sentir lo que siente el otro.
Cabe cuestionarnos si estamos emocionalmente preparados para llevar a cabo las relaciones de alteridad. Un ejemplo frecuente es que resulta muy difícil aceptar las críticas que se nos hace, sin embargo, es muy sencillo cuando las realizamos hacia otra persona. ¿Por qué nos enojamos cuando alguien nos dice sinceramente lo que piensa de nosotros? ¿No reconocemos nuestros defectos, se desdibuja acaso nuestro ego? ¿Cómo podemos reconocer las dimensiones de otras personas, sino aceptamos las nuestras?
Por otra parte, cuando nos miramos al espejo frecuentemente nos dejamos marcar por fuertes rasgos materiales, de bienes finitos, en desmedro de los verdaderos valores humanos como son la solidaridad, la libertad, el respeto, la tolerancia y la ética. Si bien este nuevo siglo nos quiere imponer nuevos paradigmas, es importante ver ¿cuáles son esos valores que en este mundo posmoderno vamos perdiendo o cambiando? Pregunto: ¿a qué precio?
Sin embargo, más allá de los cuestionamientos planteados, cuando desarrollamos correctamente relaciones de alteridad, ponemos sobre la mesa valores importantes como: igualdad, humildad, autoestima, sociabilidad, responsabilidad y pensamiento crítico. Todos valores primordiales para poder ponernos en lugar de otro, trascender el yo y conformar el nosotros.
Al establecerse relaciones de alteridad promovemos la sociabilización del individuo, respeto, tolerancia y convivencia armoniosa con los demás. Estas relaciones basadas en los valores humanos, pilares existenciales adquiridos en el hogar, la familia y los medios educativos.
Finalmente, cuando defendemos los derechos humanos, tras defender la dignidad humana, ponemos en práctica la alteridad, porque al reconocer y proteger los derechos individuales necesariamente nos pusimos el lugar del otro para luego establecer los derechos colectivos, para trascender el “yo” y actuar desde “nosotros”.
(*)Sabores y saberes de la vida- Frei Betto (2004)
(**) El sentido de los otros- Marc Augé (1996)
El hombre del siglo XXI se caracteriza por el individualismo, hedonismo, narcicismo, la atracción por el poder y la competitividad. Todos parámetros que parecen desdibujar el trabajo por ser otro, por intentar ver otra imagen que no sea la nuestra, vista a “piacere” personal.
Generalmente, tendemos a colonizar al otro, en el afán de que se apruebe lo que pensamos, sostenemos o creemos, sin ver que el hombre del hombre necesita, que nos complementamos aún en las disidencias. Al respecto, José Saramago dice: “He aprendido a no convencer a nadie. El trabajo de convencer es una falta de respeto, es un intento de colonización”.
Para ponernos en el lugar del otro es necesario dejar el ego en el armario y también nuestra subjetividad, para así dar cabida a los demás, al nosotros. Trascender el yo es aceptar las diferencias para cerrar las puertas al colonialismo, tan común y frecuente en la historia de nuestra humanidad.
Por otra parte, el ego nos lleva a sobredimensionar esa autoestima que es necesaria, porque es el concepto que tenemos de nosotros mismos, pero que suele salirse de los carriles cuando el yo es la palabra que prima en cada acción de nuestro día. Cuando intentamos ponernos en el lugar del otro damos paso a la humildad para cerrar las puertas a la arrogancia y la altanería.
Sin embargo, para trascender el yo es importante saberse mirar a uno mismo, dejar de lado las prisas, el estrés, para dar lugar a la búsqueda, al reflejo de esa imagen que muchas veces dista de la que nos gustaría ver. Es común dar valor a los objetos que poseemos y en función de ellos comienza la evaluación, por ejemplo damos valor a los aspectos materiales como prioritarios dejando lo espiritual relegado, en un plano muy oculto, de allí que esa identidad personal que buscamos pueda dejarnos un sabor amargo o un gusto no deseado, porque establecemos una relación sujeto-objeto, en lugar de sujeto-sujeto.
La relación sujeto-sujeto, implica reconocer al otro y a nosotros mismos en todas nuestras dimensiones. Para Frei Betto la alteridad es “ser capaz de entender al otro en la plenitud de su dignidad, de sus derechos y sobre todo, de su diferencia. Cuanta menos alteridad existe en las relaciones personales y sociales, más conflictos estallan” (*)
Entonces la alteridad se puede definir como un principio filosófico que establece la necesidad y capacidad que tenemos las personas de conocer al otro, y por ende a nosotros. Para generalizar los principios, fundamentos y percepciones de la humanidad debemos conocer al otro en una estrecha relación con el principio de dignidad, es decir, sobre la base del respeto de los derechos humanos. Y la dignidad puede verse como un valor intrínseco referido a la existencia humana, o como un valor extrínseco que se va adquiriendo a través de nuestras acciones, las que ganan un cierto respeto por parte de los demás.
A medida que tomamos conciencia de nosotros mismos, formamos gradualmente nuestra personalidad y adquirimos conciencia de nuestras similitudes y diferencias con los demás, entonces, cuando convivimos con otros semejantes y avanzamos en este camino se construye nuestra identidad y la alteridad. Según Marc Augé “la identidad se construye en el crecimiento individual a través de la experiencia con el otro y también en el nivel colectivo” (**)
El problema del otro o de la alteridad es un tema habitual cuando de pronto nos vemos parados frente a otra persona, no nos entendemos y ni sabemos que responder, entonces es necesario dar lugar al diálogo, a la comprensión y al encuentro. Por tal motivo, la alteridad está relacionada con la empatía, con esa capacidad percibir y sentir lo que siente el otro.
Cabe cuestionarnos si estamos emocionalmente preparados para llevar a cabo las relaciones de alteridad. Un ejemplo frecuente es que resulta muy difícil aceptar las críticas que se nos hace, sin embargo, es muy sencillo cuando las realizamos hacia otra persona. ¿Por qué nos enojamos cuando alguien nos dice sinceramente lo que piensa de nosotros? ¿No reconocemos nuestros defectos, se desdibuja acaso nuestro ego? ¿Cómo podemos reconocer las dimensiones de otras personas, sino aceptamos las nuestras?
Por otra parte, cuando nos miramos al espejo frecuentemente nos dejamos marcar por fuertes rasgos materiales, de bienes finitos, en desmedro de los verdaderos valores humanos como son la solidaridad, la libertad, el respeto, la tolerancia y la ética. Si bien este nuevo siglo nos quiere imponer nuevos paradigmas, es importante ver ¿cuáles son esos valores que en este mundo posmoderno vamos perdiendo o cambiando? Pregunto: ¿a qué precio?
Sin embargo, más allá de los cuestionamientos planteados, cuando desarrollamos correctamente relaciones de alteridad, ponemos sobre la mesa valores importantes como: igualdad, humildad, autoestima, sociabilidad, responsabilidad y pensamiento crítico. Todos valores primordiales para poder ponernos en lugar de otro, trascender el yo y conformar el nosotros.
Al establecerse relaciones de alteridad promovemos la sociabilización del individuo, respeto, tolerancia y convivencia armoniosa con los demás. Estas relaciones basadas en los valores humanos, pilares existenciales adquiridos en el hogar, la familia y los medios educativos.
Finalmente, cuando defendemos los derechos humanos, tras defender la dignidad humana, ponemos en práctica la alteridad, porque al reconocer y proteger los derechos individuales necesariamente nos pusimos el lugar del otro para luego establecer los derechos colectivos, para trascender el “yo” y actuar desde “nosotros”.
(*)Sabores y saberes de la vida- Frei Betto (2004)
(**) El sentido de los otros- Marc Augé (1996)