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EL PODER Y SU MAGIA

Desde tiempos inmemoriales el poder ha sido ejercido por personas, grupos, instituciones, partidos políticos, asociaciones… y la enumeración podría continuar. Sin embargo, su mal uso ha ocasionado grandes problemas a nivel social, político y económico.

Si bien el poder es sinónimo de fuerza, dominio y energía, no siempre suele llevarse a cabo de la mejor manera. Está presente en todas las relaciones personales, e implica una continua puja entre los distintos poderes existentes en los que deben convivir.

Si bien es una forma de influir en los demás, debemos estar muy atentos como influyen también en nosotros, de modo de no traicionar nuestros valores como personas. Asimismo, implica derechos y obligaciones a seguir. Requiere de un continuo cuestionamiento y un desafío entre lo que pensamos, sentimos y hacemos, siendo fieles a lo que realmente somos o anhelamos ser.

¿Qué tiene el poder de mágico?

Quizás un psicólogo pueda responder en forma fehaciente a esta pregunta, pero si encuestáramos al común de la gente probablemente respondiera: Es el sabor de la conquista, de poder mover los hilos a “piacere”, de llevar la corriente para determinado lugar, de hacer funcionar bien el sistema… y alguno diría ¿por qué no? de satisfacer mi ego personal.

El individuo del siglo XXI es un ser muy especial, vive en una era tecnológica, de cambios vertiginosos, de múltiples intereses a satisfacer en pro de ya no se sabe qué, en un mundo en el que hedonismo lamentablemente marca muchísimos parámetros.

¿Por qué el hombre de hoy en día intenta anestesiar todos sus problemas, es decir adormecerlos? Pueden existir múltiples respuestas, dentro de ellas me animaría a decir falta de valentía y de fortaleza para afrontar con la cara en alto lo que tenemos por delante. A los problemas no sirve de nada ocultarlos, o pasarles por un costado, es necesario asumirlos y enfrentarlos, para lograr solucionarlos.

Pero paradójicamente, vivimos en mundo de maravillas, de soluciones rápidas, efectivas, sistematizadas, que en última instancia son un engaño, terminan sin solucionar nada, pero sí “llenando el ojo”. Pero, “no hay peor ciego que el que no quiere ver”, que aquel que por estar cómodo en una situación o lugar, no ve el daño que produce a sus semejantes, en definitiva aunque le cueste creer, a su propia familia.

Tantas veces, las personas que ostentan el poder prometen importantes cambios, y pasado el tiempo cuando llegan a ese sitio en el que realmente podrían llevar a cabo su promesa, se aquietan, y parecen paralizarse absortos como si no pudieran salir de ese estado de letargo. Y me pregunto ¿por qué pasa esto?, quiero creer que no es falta de voluntad de cumplir, sino verse inmerso en un sistema burocrático en donde las trabas y la corrupción acechan diariamente y son muy difíciles de combatir.

El poder con su aire tentador, ambicioso, suele embriagarnos con su magia, con su perfume atrapante, enredándonos en sus hilos que se tejen lentamente como el de una telaraña.

Y gran parte de hacer mal uso del poder en cualquier ámbito, viene de la mano de olvidar hacer lo que decimos conforme a lo que pensamos y sentimos, cuando este trinomio no se lleva a cabo comienzan los serios problemas. De nada sirven nuestros compromisos, promesas y valores, si a la hora de ponerlos en práctica, no importa la razón, no somos fieles con lo que nos hemos consustanciado y comprometido.

Por otra parte, el mal uso del poder, viene acompañado de la pérdida progresiva de valores que nuestra sociedad actual permite, sin ser demasiado consciente del grave problema en el que está inserta.

Los valores se van perdiendo gradualmente, un día decimos que sí a algo que realmente no estamos convencidos, y allí comienza el efecto dominó, cuando queremos acordar hemos abierto la puerta a un sinfín de oportunidades no deseadas o mal vistas hasta entonces por nosotros.

Sinceramente, creo que el accionar social incide cuando gradualmente perdemos esos valores que nos inculcaron de pequeños nuestras familias con gran esfuerzo, pero los medios de comunicación por diferentes intereses, suelen algunas veces ser grandes contribuyentes en nuestras decisiones desacertadas.

El poder económico es uno de los grandes poderes que rige esta maquinaria llamada planeta Tierra, y es así que el dinero con total falta de escrúpulos compra todo, y por ende compra poder. Esto es algo que lamentablemente es una regla de mercado, que difícilmente logremos sortear, a pesar de nuestros valores o principios, frente a este andamiaje no tienen demasiado peso.

Asimismo, de regreso al sistema burocrático es preciso señalar que la pirámide laboral no se sustenta como debería. Algunos sectores pertenecientes a grandes organismos o instituciones, funcionan en el sentido de pirámide invertida, pasan a tener poder las personas de menor cargo porque son las que trancan el trabajo, y paradójicamente los que trabajan más se ven sobrepasadas gracias a los compañeros que han decido realizar el mínimo esfuerzo. A todo esto debemos sumar que la gente de mayor rango y bien capacitada finalmente decide buscar una mejor oportunidad laboral en otro ámbito. Así la maquinaria funciona a medias, y un buen funcionamiento requiere compromiso y trabajo arduo.

Me quiero detener unos instantes en ver el por qué del mínimo esfuerzo. Será acaso una cultura arraigada, un sentimiento adquirido, la famosa “viveza criolla”, estos parámetros no me enorgullecen, simplemente me hacen sentir estancada en el tiempo, un problema serio y preocupante, que ya no causa gracia. Siento que la educación debe ser un pilar muy importante para revertir esta idiosincrasia.

Quizás sea hora de preguntarnos seriamente ¿por qué el poder tantas veces corrompe a las personas?, ¿por qué existen millones de casos así? , y sin embargo, se siguen sucediendo y difícilmente podamos hacer demasiado para corregirlos.

Si bien el poder seguirá corrompiendo algunos hombres, está en cada uno ver ¿cómo puede contribuir para detener este problema, cómo no dejarnos manejar por nadie, ni nada?, porque somos seres racionales, pensantes, dueños de nuestros propios actos y decisiones, y por lo tanto, responsables de cada una de ellas.

No creo que el poder cambie a la gente, siento que la cincela, como el escultor a su piedra, lentamente aparece la esencia misma de quien lo ostenta. Como dice Eduardo Galeano, “al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”.

Sin embargo, el pasar omisos ante lo que puede ser un serio problema, no deslinda nuestra responsabilidad, por el contrario la acrecienta, porque desde el momento que nos “lavamos las manos como Pilatos”, nuestra responsabilidad aumenta.

Finalmente, creo que todos bregamos por una sociedad más justa y equitativa, pero sin compromiso, esfuerzo y trabajo sincero, estos anhelos se pueden convertir sencillamente en una mera utopía, tras la que correremos siempre, pero que en definitiva no alcanzaremos. Por eso es necesario accionar desde lo individual para que las situaciones cambien, de modo que eso que nos disgusta o molesta en cualquier ámbito mejore.

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