21 GRAMOS… ¿EL PESO DEL ALMA?
El alma un concepto muy particular para cada uno de nosotros según nuestras creencias, pero de la que tanto se ha hablado y sin embargo continúa siendo un gran enigma.
En marzo de 1907 se dieron a conocer en la revista científica American Medicine los experimentos del Duncan MacDougall, quien llegó a comprobar que luego de morir el peso de los individuos variaba en aproximadamente 21 gramos, ¿sería acaso el peso del alma, o el aire de la última exhalación?
Más allá de este debate, y de los cuestionamientos filosóficos o religiosos, siento que alma de cada persona que se va, sigue viva en cada uno de nosotros, permanece en nuestros recuerdos y en nuestro corazón. ¿Quién no ha recordado alguna vivencia con un ser querido que ha partido o en algún momento lo ha escuchado a viva voz?
Siento que día a día, quien fallece y deja esta vida, igualmente nos acompaña, a través de sus palabras, sus abrazos, sus miradas, su risa, su llanto y de todo el amor que compartimos, porque la distancia física no permite disipar la luz que generó esa persona en nosotros, una llama de vida, de existencia.
Aunque algunas veces el alma parece pesar toneladas, y se ve aprisionada en un cuerpo en el que no tiene cabida. Se pusieron a pensar ¿por qué tantas veces solemos sentirnos así? Probablemente, porque no acompasemos lo que nos ocurre interiormente con nuestro ritmo de vida. No es sencillo querer hacer un sinfín de cosas cuando el cuerpo se siente cansado y abatido o, por el contrario, nuestra alma, nuestro ser más íntimo se halla con muy pocas fuerzas y el cuerpo tiene que seguir funcionando.
Para Carl Jung “el sueño es la pequeña puerta oculta que conduce a la parte escondida e íntima del alma”. Al ocuparnos de los sueños, tomamos consciencia de nosotros mismos y a su vez de los demás. Entramos en contacto con lo más oculto de nuestro ser, en un intenso trabajo de introspección, porque somos responsables por cada uno de nuestros actos, y en ellos incluimos aquellos que no somos conscientes, pero sin embargo debemos asumir.
El transcurso de nuestra existencia, podría simbolizarse, como lo ha planteado Jung, por el agua. En ella flotamos, nadamos, nos sumergimos, nos purificamos, nadamos contra nuestra propia corriente hasta encontrarnos con nosotros mismos, en esa búsqueda por conocernos y, así, luego conocer a nuestros semejantes.
La conjunción de la mente, el cuerpo y el alma, es la que da lugar al ser. En la actualidad este tríptico sufre cortocircuitos importantes ocasionados por las múltiples situaciones que conlleva vivir bajo un permanente estrés. Es así que el impacto de nuestros pensamientos y estados anímicos tienen una gran correlación con nuestro sistema físico.
El ser humano para poder vivir en armonía, en equilibrio, debe poder tener su mente, cuerpo y alma interrelacionados, comprendidos, cuidados, de tal modo que nuestros días sean positivos, cargados de lo mejor de nosotros mismos. Pero, somos seres complejos, en el que habita la mente con sus vivencias conscientes y otras tan profundas que pasan a ser parte de lo que no conocemos o reprimimos, por otro lado nuestro cuerpo funciona como una máquina perfecta, pero cuando en este tríptico poderoso alguna parte falla, el cuerpo sufre las consecuencias, y entonces nos enfermamos.
No es fácil descubrir ¿cuál es la ecuación perfecta de la vida?, quizás cada día estemos más cerca de la fórmula, pero como además de nuestros conflictos, debemos asumir los de quienes nos rodean, no será tarea sencilla alcanzar la pócima, requerirá de un trabajo individual y de una búsqueda interior muy importante.
Los años son grandes aliados, a la hora de buscar en lugares más profundos de alma, en la que habitan los sueños, los fracasos, los amores, los sí y los no, las contradicciones, las equivocaciones y aciertos, los éxitos y los fracasos, los claros y oscuros, lo que fuimos, somos y seremos. El alma es como la cocina del ser, donde aparece el calor más íntimo, todo lo que ocurre en nuestro cuerpo y mente se aloja allí cómodamente, para dar lugar a los aromas de nuestra existencia, que podrán trascender en el tiempo a través de otros seres que lograron compartir lo más profundo de nuestro ser.
Si tuviera que colorearla, lo haría con pinceladas cargadas de tonos cálidos, porque el corazón la tiñe de tibieza, a la vez que le irradia su calor y pasión. Sin embargo, en los momentos en que nos encontremos perdidos, ausentes, en una lucha con nuestro yo más íntimo, quizás en esos días aparezcan colores fríos, los matices de grises, la neblina, la humedad y la lluvia constante.
En el año 2003 se rodó una película basada en las investigaciones de MacDougall, “21 Gramos”, interpretada por Sean Penn, la que finaliza con el monólogo de Paul Rivers- personaje interpretado por Sean Pean- quien agonizante dice: “¿Cuántas vidas vivimos? ¿Cuántas veces morimos? Dicen que todos perdemos 21 gramos en el momento exacto de la muerte. Todos. ¿Cuánto cabe en 21 gramos? ¿Cuánto se pierde? ¿Cuánto se va con ellos? ¿Cuánto se gana? 21 gramos: el peso de cinco monedas de cinco centavos, de un colibrí y una barrita de chocolate. ¿Cuánto pesan 21 gramos?”.
Este final da para reflexionar y preguntarnos ¿qué hemos hecho de nuestra vida? ¿Qué peso tiene nuestra alma? ¿Trascenderemos más allá de los 21 gramos? Preguntas profundas que requieren calar muy hondo.
Y también podríamos rememorar el poema “Como la Cigarra” de María Elena Walsh: “Tantas veces me mataron, tantas veces me morí, sin embargo estoy aquí resucitando… Cantando al sol como la cigarra después de un año bajo la tierra, igual que el sobreviviente que vuelve de la guerra”, porque en la vida nos ocurren distintos acontecimientos, en los que renacemos día a día, en los que trascendemos, e intentamos superarnos, reconstruirnos y levantarnos luego de varios tropiezos o caídas.
Podremos o no creer en el alma, pero lo cierto es que todos de alguna manera dejamos nuestra huella, trascendemos al morir en alguien a quien le hemos aportado algún valor a su vida, a su camino, dejando algo de nosotros que podrá generar luz en otra persona.
Finalmente, el alma un concepto tan intangible, delicado, escurridizo, discutible, cada uno sabrá dónde ubicarla, dónde sentirla, apreciarla o negarla. Y para quienes crean en su existencia las hay: escondidas, perdidas, solitarias, afables, solidarias, quejumbrosas, entusiastas, apasionadas… y sin embargo, todas flotan en la búsqueda misteriosa de la existencia de cada ser y su trascendencia. Y si hablamos de almas, Gustavo Adolfo Bécquer dispara una frase que quizás apunte a esclarecer parte de este enigma: “El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada”.
En marzo de 1907 se dieron a conocer en la revista científica American Medicine los experimentos del Duncan MacDougall, quien llegó a comprobar que luego de morir el peso de los individuos variaba en aproximadamente 21 gramos, ¿sería acaso el peso del alma, o el aire de la última exhalación?
Más allá de este debate, y de los cuestionamientos filosóficos o religiosos, siento que alma de cada persona que se va, sigue viva en cada uno de nosotros, permanece en nuestros recuerdos y en nuestro corazón. ¿Quién no ha recordado alguna vivencia con un ser querido que ha partido o en algún momento lo ha escuchado a viva voz?
Siento que día a día, quien fallece y deja esta vida, igualmente nos acompaña, a través de sus palabras, sus abrazos, sus miradas, su risa, su llanto y de todo el amor que compartimos, porque la distancia física no permite disipar la luz que generó esa persona en nosotros, una llama de vida, de existencia.
Aunque algunas veces el alma parece pesar toneladas, y se ve aprisionada en un cuerpo en el que no tiene cabida. Se pusieron a pensar ¿por qué tantas veces solemos sentirnos así? Probablemente, porque no acompasemos lo que nos ocurre interiormente con nuestro ritmo de vida. No es sencillo querer hacer un sinfín de cosas cuando el cuerpo se siente cansado y abatido o, por el contrario, nuestra alma, nuestro ser más íntimo se halla con muy pocas fuerzas y el cuerpo tiene que seguir funcionando.
Para Carl Jung “el sueño es la pequeña puerta oculta que conduce a la parte escondida e íntima del alma”. Al ocuparnos de los sueños, tomamos consciencia de nosotros mismos y a su vez de los demás. Entramos en contacto con lo más oculto de nuestro ser, en un intenso trabajo de introspección, porque somos responsables por cada uno de nuestros actos, y en ellos incluimos aquellos que no somos conscientes, pero sin embargo debemos asumir.
El transcurso de nuestra existencia, podría simbolizarse, como lo ha planteado Jung, por el agua. En ella flotamos, nadamos, nos sumergimos, nos purificamos, nadamos contra nuestra propia corriente hasta encontrarnos con nosotros mismos, en esa búsqueda por conocernos y, así, luego conocer a nuestros semejantes.
La conjunción de la mente, el cuerpo y el alma, es la que da lugar al ser. En la actualidad este tríptico sufre cortocircuitos importantes ocasionados por las múltiples situaciones que conlleva vivir bajo un permanente estrés. Es así que el impacto de nuestros pensamientos y estados anímicos tienen una gran correlación con nuestro sistema físico.
El ser humano para poder vivir en armonía, en equilibrio, debe poder tener su mente, cuerpo y alma interrelacionados, comprendidos, cuidados, de tal modo que nuestros días sean positivos, cargados de lo mejor de nosotros mismos. Pero, somos seres complejos, en el que habita la mente con sus vivencias conscientes y otras tan profundas que pasan a ser parte de lo que no conocemos o reprimimos, por otro lado nuestro cuerpo funciona como una máquina perfecta, pero cuando en este tríptico poderoso alguna parte falla, el cuerpo sufre las consecuencias, y entonces nos enfermamos.
No es fácil descubrir ¿cuál es la ecuación perfecta de la vida?, quizás cada día estemos más cerca de la fórmula, pero como además de nuestros conflictos, debemos asumir los de quienes nos rodean, no será tarea sencilla alcanzar la pócima, requerirá de un trabajo individual y de una búsqueda interior muy importante.
Los años son grandes aliados, a la hora de buscar en lugares más profundos de alma, en la que habitan los sueños, los fracasos, los amores, los sí y los no, las contradicciones, las equivocaciones y aciertos, los éxitos y los fracasos, los claros y oscuros, lo que fuimos, somos y seremos. El alma es como la cocina del ser, donde aparece el calor más íntimo, todo lo que ocurre en nuestro cuerpo y mente se aloja allí cómodamente, para dar lugar a los aromas de nuestra existencia, que podrán trascender en el tiempo a través de otros seres que lograron compartir lo más profundo de nuestro ser.
Si tuviera que colorearla, lo haría con pinceladas cargadas de tonos cálidos, porque el corazón la tiñe de tibieza, a la vez que le irradia su calor y pasión. Sin embargo, en los momentos en que nos encontremos perdidos, ausentes, en una lucha con nuestro yo más íntimo, quizás en esos días aparezcan colores fríos, los matices de grises, la neblina, la humedad y la lluvia constante.
En el año 2003 se rodó una película basada en las investigaciones de MacDougall, “21 Gramos”, interpretada por Sean Penn, la que finaliza con el monólogo de Paul Rivers- personaje interpretado por Sean Pean- quien agonizante dice: “¿Cuántas vidas vivimos? ¿Cuántas veces morimos? Dicen que todos perdemos 21 gramos en el momento exacto de la muerte. Todos. ¿Cuánto cabe en 21 gramos? ¿Cuánto se pierde? ¿Cuánto se va con ellos? ¿Cuánto se gana? 21 gramos: el peso de cinco monedas de cinco centavos, de un colibrí y una barrita de chocolate. ¿Cuánto pesan 21 gramos?”.
Este final da para reflexionar y preguntarnos ¿qué hemos hecho de nuestra vida? ¿Qué peso tiene nuestra alma? ¿Trascenderemos más allá de los 21 gramos? Preguntas profundas que requieren calar muy hondo.
Y también podríamos rememorar el poema “Como la Cigarra” de María Elena Walsh: “Tantas veces me mataron, tantas veces me morí, sin embargo estoy aquí resucitando… Cantando al sol como la cigarra después de un año bajo la tierra, igual que el sobreviviente que vuelve de la guerra”, porque en la vida nos ocurren distintos acontecimientos, en los que renacemos día a día, en los que trascendemos, e intentamos superarnos, reconstruirnos y levantarnos luego de varios tropiezos o caídas.
Podremos o no creer en el alma, pero lo cierto es que todos de alguna manera dejamos nuestra huella, trascendemos al morir en alguien a quien le hemos aportado algún valor a su vida, a su camino, dejando algo de nosotros que podrá generar luz en otra persona.
Finalmente, el alma un concepto tan intangible, delicado, escurridizo, discutible, cada uno sabrá dónde ubicarla, dónde sentirla, apreciarla o negarla. Y para quienes crean en su existencia las hay: escondidas, perdidas, solitarias, afables, solidarias, quejumbrosas, entusiastas, apasionadas… y sin embargo, todas flotan en la búsqueda misteriosa de la existencia de cada ser y su trascendencia. Y si hablamos de almas, Gustavo Adolfo Bécquer dispara una frase que quizás apunte a esclarecer parte de este enigma: “El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada”.