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TIEMPOS VIOLENTOS

Aires cargados de violencia, individualismo y narcisismo, corren a diario producto de inseguridades, de imágenes que nos entran como parte de la realidad y quedan arraigadas en nosotros.

Blogs, redes sociales, programas televisivos, radiales, se ven cargados de violencia, de una fascinación personal donde se realza la cultura del yo. Por poner algunos ejemplos, las series televisivas americanas “Dr. House”, “CSI Miami”, “Sex and the City”, donde la manipulación, la lucha de poderes, la competencia desmedida, la soberbia, son parte habitual de la mayoría de sus episodios. Seriales que no dejan de mostrar lo que es la vida actual.

Una vida cargada de egoísmo, de frustraciones personales, en la que en vez de enfrentar y reconocer los problemas, los individuos se descargan de manera violenta, como forma de amainar ese desasosiego interno, sin entender que así no se llega a ningún lado más que a la destrucción personal.

Aunque es necesaria la búsqueda personal, la fantasía, los estímulos, el alcance de logros y la promoción de la belleza, es importante saber poner un límite, pues como todo, cuando algo se convierte en una obsesión no es bueno. Y así, las personas tras nuestros fines nos volvemos obsesivas, obstinadas, exacerbamos nuestra ansiedad y, entonces, el diálogo se torna muy difícil pues no escuchamos.

A su vez, al entrar en ese estado en que el “yo” se sobrevalora, se confunden valores, priman el individualismo y la competitividad. Entonces, difícilmente logremos un trabajo de introspección que nos permita ver lo que sucede en nuestro mundo interior.

Y así vivimos atrapados en sociedades violentas, producto de las propias inseguridades humanas, y de adicciones importantes como el alcohol y las drogas. En esta vorágine, poco importa lo que le sucede a la persona que tenemos al lado nuestro, lo que vale es aplacar nuestras angustias y lograr nuestros cometidos.

De este modo, los días cargados de infinidad de propósitos y problemas, se suceden a diario y no nos detenemos a pensar que la violencia está instalada como una gran compañera, haciendo aparición a cada rato sin que seamos conscientes de ello.

Asimismo, la violencia implica el abuso de la fuerza para controlar a los demás, pues en ese afán de dominar, conquistar, ya no importan los precios, vale todo, la hostilidad, la vulgaridad, donde dejan de primar las buenas costumbres, la educación o cualquier modo civilizado de trato humano.

Generalmente, quien se enceguece bajo sus miedos e inseguridades, no es capaz de enfrentar sus motivos con argumentos o razones, entonces se escudan en respuestas agresivas, que además suelen caer sobre los más débiles, pues tampoco tienen las agallas de enojarse con quien deben.

Quizás no alcancemos a ver que, muchas veces, el peor enemigo somos nosotros mismos, al permitir ciertas actitudes y actos en que la violencia grita fuerte. Y días pasados, sin querer, fui partícipe de varios actos de violencia, en los que, mirando desde afuera, la piel se me erizó, y no pude más que intervenir para defender a la persona agredida. Del mismo modo, en otra oportunidad, fui víctima de palabras muy fuertes, hirientes, que no correspondían, y no tuve más remedio que escucharlas y tragar saliva, aunque intenté defenderme se me hizo muy difícil.

La dificultad frente a la violencia, se genera porque quien agrede apunta muy fuerte hasta dejarnos en una situación muy vulnerable, que por momentos nos deja como paralizados, no podemos creer lo que reciben nuestros oídos, pero allí estamos impávidos ante una situación que nos desborda.

Paralizarnos no es la solución, resignarnos a vivir en un mundo cargado de violencia tampoco. Lo mejor será cuestionarnos ¿por qué llegamos hasta este punto?, y si estamos dispuestos a seguir viendo violencia en el tránsito, en el fútbol, en las calles, el supermercado… o estamos cansados de estos tiempos violentos, de furia, de palabras fuertes, de malos tratos, de acoso, de intolerancia, es hora de decir basta y dar un pequeño paso para cambiar esta situación.

Y la violencia es prima hermana de la agresividad, cuyos orígenes Erich Fromm analiza en su libro el “Amor a la vida”, en el que explica que existen dos tipos de agresión: la biológicamente adoptada, que es la misma que existe en los animales, y la específicamente humana, la de la hostilidad, la viviente, la del odio a la vida, la de la necrofilia.

En el primer caso, Fromm explica que la reacción defensiva del hombre es más amplia, ya que el animal vive la amenaza presente, mientras que el hombre también representa el futuro. Asimismo, la reacción del hombre es mayor porque al hombre se le pueden sugerir cosas, y al animal no, entonces es susceptible a ver amenazada su vida o su libertad por intermedio de la sugerencia de alguien. Por otra parte, el hombre posee intereses vitales especiales, valores, ideales, instituciones con las que se identifica, por lo tanto es mucho mayor el número de posibilidades por las cuales se ve amenazado.

En referencia a la agresividad biológicamente adaptada, en la que el hombre defiende intereses vitales, Fromm sostiene que existen hombres cuya forma de defensa no es biológicamente adaptada, sino enraizada en su carácter. Un carácter proclive a la agresión es una de las manifestaciones del sadismo, que implica un hombre que intenta controlar en forma absoluta y total a otro ser.

Y cada cual a su manera podrá hacer su aporte para disminuir la violencia, desde lo personal hasta lo colectivo, pero lo importante es tomar la iniciativa al cambio, a no quedarnos estáticos mirando como nos golpean los distintos tipos de violencia, sin comprometernos a nada.

Digamos no a la violencia, digamos no a quienes no merecen nuestra atención ni nuestro tiempo, ellos posiblemente entren en esta lista:

Quien haga uso de la palabra y la suba para ser escuchado, no merece nuestra atención.

Quien hostigue, maltrate, descalifique o agreda a alguien para lograr sus cometidos.

Quien utilice su jerarquía o su poder para hacernos callar, o lograr sus propósitos, sin permitirnos ser nosotros mismos.

Quien se valga de la fuerza, de la humillación, del ridículo, queriendo herir nuestra dignidad.

Quien nos discrimine por cualquier causa.

Quien nos desprecie.

Quien se crea superior por cualquier causa.

Quien nos hostigue con el silencio, la indiferencia.

Quien no nos respete como un semejante más en esta tierra.

Quien hable sin escuchar.

Quien siempre quiera tener la razón.

Quien crea que todo lo sabe.

Quien crea que todo lo puede.

Quien nos haga callar.

A todos y a cada uno de ellos digamos no, basta, es hora de que seamos respetados y tratados como semejantes, nos debemos un mínimo respeto y educación para poder vivir en sociedad en forma armónica.

La situación actual en que vivimos, es el producto de muchas dificultades y problemas que surgen en contrapartida y como un gran peso en este siglo XXI de las comunicaciones, del progreso, de la globalización, ¡pareciera absurdo plantearnos estas inquietudes frente a tanto adelanto!, sin embargo debemos resolver esta gran paradoja antes que sea demasiado tarde.

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