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AÑORAR EL PASADO ES CORRER TRAS EL VIENTO

Añorar significa recordar con pena una pérdida o ausencia, pero ¿no es posible sobreponerse a ese sentimiento y recordar con alegría?

Según un proverbio ruso “añorar el pasado es correr tras el viento”, cierto, aunque los recuerdos se presentan por sorpresa y nos mantienen atrapados en ellos, sin miramientos o contemplaciones. Es algo que practicamos sin ser conscientes, en un afán porque lo recordado no desaparezca o se desdibuje.

El estado anímico que ellos conlleven dependerá de lo qué recordemos y de nuestro estado de vulnerabilidad. En tal sentido, la añoranza es interpretada como un sentimiento poco benéfico, por lo cual es importante eludirla.

El cantautor español Joaquín Sabina dice “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”, aquello que quisimos que sucediera pero no fue posible.

Pero, ¿es tan mala la nostalgia? Depende del cristal con que se mire. Si echamos de menos instantes de nuestra vida en los que pasamos bien, o a la gente con quienes compartimos determinados momentos, quizás irrepetibles, que ya nunca volverán, posiblemente la congoja nos sorprenda, la nostalgia nos visite, pero cabe cuestionarnos si no es maravilloso que permanezcan en nuestros recuerdos como parte de nuestras vidas.

Lo importante es alegrarnos por lo bueno que nos ha sucedido, sonreír aunque sepamos que ya ese acontecimiento terminó. Porque a pesar de ello, esas añoranzas son testigos de lo que hemos vivido, aprendido, crecido, de lo que somos.

Sin embargo, afirmar que todo tiempo pasado fue mejor, es algo que frecuentemente solemos hacer como forma de criticar lo que sucede en la actualidad, o de justificar lo que nos conforma. Aunque no son palabras nada alentadoras para los jóvenes que tienen toda la ilusión en este tiempo presente, cosa que deberíamos hacer todos, ya que vivimos aquí y ahora, y el comparar los tiempos puede ser bastante engañoso, ya que la mente suele adornar a “piacere” los recuerdos y suele hacer trampa al solitario.

Y Quino, con su increíble sentido del humor, nos explica que “no es cierto que todo tiempo pasado fue mejor. Lo que pasaba era que los que estaban peor todavía no se habían dado cuenta”. Posiblemente, estas palabras de humor no dejen de acercarse a la realidad, la que no vemos tal cual es, sino como queremos verla, y más aún cuando pasa el tiempo, los recuerdos suelen alterarse en una suerte de mezclas que sólo la mente es capaz de descifrar.

Evidentemente, lo que nos pasó, lo que vivimos, forma parte de lo que somos y seremos, de nuestros sentimientos más íntimos y profundos. Desde luego que si quedamos atrapados en el pasado no podremos disfrutar del presente ni del futuro.

Según Séneca, “en tres tiempos se divide la vida: en presente, pasado y futuro. De éstos, el presente es brevísimo; el futuro, dudoso; el pasado, cierto”. Y lo cierto del pasado, está en la virtud de que sucedió, pero no en la forma en que lo solemos recordar o añorar, porque allí entran en juego lo que agregamos y sacamos para recordarlo de la mejor manera.

Sucede que a algunos acontecimientos solemos recordarlos y los añoramos de acuerdo a narraciones que nos hemos convencido que así fueron, ya que luego de reiteradas veces de contarlas las alojamos como realidades vividas irrefutables, sin embargo, todo tiene cierto margen de error, y más aún cuando la mente y los sentimientos afloran.

En este proceso de añorar el pasado, la memoria juega un rol preponderante, donde nuestras emociones y sentimientos se van plasmando, conjugándose la mente el cuerpo y el espíritu en una unión permanente.

Al poner a funcionar nuestra memoria, realizamos tres procesos: primero recibimos, luego retenemos, para después recordar y reconocer. Y cada persona va acumulando vivencias, que de acuerdo a su estado anímico irá asimilando, recordando y atesorando.

Actualmente los psicólogos han comenzado a concentrarse en los aspectos positivos y potencialmente terapéuticos de la nostalgia, de esos recuerdos felices que forman parte de nuestras vivencias. Por tal motivo, deberíamos convertir el pasado como un nexo con el presente pero sin estancarnos en él.

Nietzsche sostiene que “solamente aquel que construye el futuro tiene derecho a juzgar el pasado”, y no deja de tener razón, porque si no nos comprometemos con la construcción del presente, de lo que nos sucede día a día, no podemos ser buenos críticos del pasado. Para que aflore un verdadero pensamiento crítico, se debe tomar cierta perspectiva y analizar lo que vivimos para luego entrar en terrenos más profundos, como suelen ser los del pasado.

Resulta difícil no entrelazar lo ocurrido, con lo presente y lo futuro, ya que en nuestro diario vivir solemos viajar del pasado al presente en breves instantes y, de pronto, sin la menor transición nos instalamos en el futuro como si fuera parte de lo que estamos viviendo ahora.

Finalmente, la capacidad de vivir el presente con intensidad, está en cada uno de nosotros, ubicando al pasado en su lugar estableciendo nexos con él y con el futuro, pero sin olvidar que el tiempo más importante y trascendente es aquí y ahora.

Andrea Calvete

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