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CRISIS


Ese punto en el que no sabemos qué hacer, donde las palabras carecen de sentido, se vuelven huecas mientras la búsqueda se hace infructuosa. En tanto, las adyacencias se desdibujan y los límites insisten en hacerse imperativos, los no, hablan con cara de póquer, y las grietas se profundizan sin miramientos.

Las respuestas se esfuman, las preguntas se aceleran, las dudas toman el timón, y las bifurcaciones se presentan a la espera de que busquemos un nuevo rumbo. Pero como nada está claro, lo sabroso se vuelve insípido y lo colorido en monocromático. Todas las cartas parecen estar sobre la mesa desordenadas, el horizonte se aleja como quien desea retirarse de por vida.

Las crisis las vivimos a lo largo de nuestro recorrido, y las hay de todo tipo, y no importa si pusimos mucho o poco de nuestra parte, cuando llegan hay que hacerles frente y entender que estamos transitando un momento turbulento.

El pasaje de estas situaciones por nuestra vida nos deja marcas, algunas tangibles y otras que parecen invisibles, pero están allí, alcanza con respirar profundo para que nuestro inconsciente bostece algún recuerdo. Aunque con el correr del tiempo vemos que de cada crisis logramos aprender algo.

Una de las más cotidianas es la de no saber qué cocinar, ¿no sé si les pasa?, pero llega un día a la semana que al buscar en la heladera o en el placar de la cocina no hay plato que nos conforme, nada parece útil o suficiente. En estos momentos nos da ganas de tener una varita mágica y que pronto tengamos la mesa puesta y servida.

Otra crisis muy común es la del cambio de década, al asomarnos al abismo de lo que serán los próximos diez años nos enfrentamos al temor porque nos gustaría prever buenos augurios, pero como la vida nos ha enseñado que junto una de cal, llega otra de arena, miramos desconfiados y un escalofrío nos recorre el cuerpo. Ese desasosiego desaparece al otro día del cumpleaños, pues la vida retoma su rumbo.

Las crisis de pareja son más triviales de lo que nos podemos imaginar, algunas con el tiempo terminan disueltas, y otras luchan durante varias tormentas hasta que el barco logra estabilizarse. Este tipo de crisis llega para cuestionar qué es lo que nos une, qué es lo que nos separa, para poner en la balanza los pro y los contras, y sobre todo poner sobre la mesa el amor que nos une. Tampoco falta el que luego de estas tempestades llega a la conclusión de que prefiere continuar solo su camino.

Otra crisis muy frecuente es la de tipo laboral, esa en la que nos cuestionamos por nuestro trabajo diario, si nos gusta, nos satisface, si realmente nos permite vivir dignamente, porque la mayoría de la vida pasamos entre esas cuatro paredes, en la más de la tercera parte del día se nos va en este desempeño, entonces es más que necesario ver dónde estamos dirigiendo nuestra energía vital y de trabajo.

Una crisis que abarca a todas y a cada uno de las que hemos mencionado, es la crisis existencial, donde entran en juego lo que fuimos, somos y seremos. Donde se perfilan nuestros anhelos y deseos, nuestros miedos, nuestras luces y sombras, los fracasos y los miedos, y los azules de la tristeza perfumada a invierno, y el negro oscuro del abismo que intenta aplastarnos.

Y logramos salir de las crisis cuando nos disponemos a recoger los pedazos y hacemos como los japoneses pegamos todas las piezas en forma minuciosa, en cada pedazo ponemos nuestra esperanza y energía, nuestro deseo más profundo de salir adelante, y damos lugar a la resiliencia para dejar aflorar todo lo que hemos aprendido en el camino de la recuperación y crecimiento.

Andrea Calvete

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