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LA HUMILDAD ANDA DESCALZA

Reconocer nuestras limitaciones y debilidades, sentirnos uno más dentro del entorno, implica caminar con humildad, respirar profundo y sereno para continuar convencidos que todos somos diferentes, pero peculiares, y complementarios.

Motivados por lo mejor que habita en nosotros, de lado quedará la envidia, la competencia desleal o el orgullo que algunas veces suele ser bastante destructivo, nos hace sentir como un pavo real colmado de plumas y colores luciendo un atuendo que lejos de enriquecernos nos empequeñece.

Evidentemente, las pasiones humanas a todos nos visitan, nos juegan malas pasadas, nos engañan con su encanto, nos seducen con su brillo, pero a la larga comprobamos que si terminamos atados a ellas lejos estaremos de hallarnos plenos y satisfechos.

Tantas veces, víctimas de nuestros propios arrebatos, desatinos, rompemos el diálogo con los seres que nos rodean. Paulo Freire está convencido que “el diálogo, como encuentro de los hombres para la tarea común de saber y actuar, se rompe si sus polos pierde la humildad. La autosuficiencia es incompatible con el diálogo. Los hombres que carecen de humildad, o aquellos que la pierden, no pueden aproximarse al pueblo”. Y allí estamos parados frente a ese ego que nos enaltece y hace perder la justa perspectiva, o la razón para entablar unas palabras con quienes nos rodean.

La humildad anda descalza, con el cabello al viento, con el rostro sereno y la mirada apacible. Huele a rosa, sabe a fresa y  a suave caricia. Conocedora de silencio, de espera, de paciencia y tolerancia. Anda con sabiduría por los caminos de la vida, e irradia luz a quien decide dejarla tomar asiento a su lado.

Andrea Calvete



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