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MNEME

Retraída por el frío corría, su piel erizada y violácea se entumecía, mientras los recuerdos azotaban confusos y escurridizos. El chisporrotear del fuego le hacía retomar el sabor de lo que ya no se percibía, había quedado oculto, como petrificado por el hielo polar que azotaba el aire.

Destellos luminosos entibiaron el ambiente, latidos acelerados rompieron los silencios, comenzaron a discutir las ideas que elevaban su voz por prevalecer unas sobre otras. Cuentan que en Esparta quien gritaba más fuerte tenía la razón, pero aquí ocurría todo lo contrario a pesar de la leyenda.

Sobrevino la calma, la luz se fue escurriendo por entre las ventanas, los rayos comenzaron a calentar la habitación. Los recuerdos se sosegaron con las caricias del sol, él los fue seduciendo lentamente, como una amante lujuriosa y los dejó sometidos a su ardiente calor.

Mneme sentía que el frío la perjudicaba, al igual que los recuerdos que le ocasionaban sufrimiento, ya no eran parte de  su camino, era hora de disfrutar de la cosecha. La ingratitud, la deslealtad y la mentira debían ser desterradas de aquellos pequeños rincones que aún olían a humedad y a encierro.

Respiró profundo, abrió las ventanas y decidió dirigirse rumbo al mar, allí desnuda frente aquel majestuoso universo podría ser ella, no habría lucha entre los recuerdos, que acechaban maliciosos y traicioneros. Frente al mar, se fusionó el cielo con la tierra, el sol con luna, la noche con el día, el calor con el frío, aquella dualidad fue superada para alcanzar esa unidad tan necesaria y complementaria para poder ser ella misma.

Andrea Calvete

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