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LAS ALAS DEL VIENTO

En la vida del hombre han estado presentes: la tierra, el aire, el agua y el fuego; como elementos esenciales de la dinámica de los tiempos. Sin embargo, sin quitar importancia a ninguno de ellos, me dedicaré al aire que fluye permanente a través del viento, y nos purifica en forma constante. Aunque no se ve, nos rodea y se percibe a cada instante. Según un proverbio hindú “no hay árbol que el viento no haya sacudido”.

Se siente a través de la brisa, del sonido del viento, del aroma cargado del amanecer palpitante, de la noche estrellada, del perfume de una flor que nos deleita, de la risa contagiosa de un niño, o en el aroma del mar o del campo que nos inundan los pulmones.

El aire según Jung lo podemos identificar con nuestros pensamientos, que son abstractos, volátiles, intangibles y escurridizos, algunas veces tanto que no podemos llegar a comprenderlos o descifrarlos.

Los vientos soplan con mayor o menor intensidad, y evocan lugares, tiempos, situaciones, la antigua relación del mundo con el hombre. ¡Cuántas historias acercadas por una suave brisa han llegado a nuestros oídos!, algunas ciertas otras no tanto, pero están en el pensar colectivo, y sobrevuelan en la atmósfera.

En sus distintas manifestaciones, el aire se cuela a través de los vientos. Los hay fuertes, suaves, cálidos, fríos, templados, secos, húmedos, veraniegos, otoñales, invernales o primaverales. Así se hacen presentes y otorgan oxígeno, limpian y purifican a quienes desean cargar el alma con su aroma renovadora.

Por este motivo, en aquellos lugares donde más sopla el viento existe un mayor desarrollo de la actividad humana. Estas regiones estimulan a personas que deben fortalecer su sistema nervioso, su aparato cardiovascular y respiratorio.

El viento, más allá de dónde provenga, es la clave del clima de cada región, de su temperatura, humedad, nubosidad y precipitaciones. Es también un atenuante del calor o del frío. Hace miles de años Hipócrates observó que el viento ejerce una acción mecánica sobre el organismo según su velocidad, temperatura y grado de humedad.

El aire es un elemento esencial en la vida del hombre. Nuestra respiración es la que nos mantiene vivos, sin embargo no alcanzamos a valorar la vital importancia de oxigenar bien nuestros pulmones, cargados de problemas nos olvidamos de inhalar y exhalar correctamente. Sin embargo, cuando descubrimos que concentrados en nuestra respiración podemos alcanzar ese yo interno tan buscado vemos su real importancia.

La primera inhalación la hacemos al nacer, y la última exhalación al morir, de allí que este proceso de respirar esté relacionado con nacer y morir al mismo tiempo, en esa relación de opuestos y complementarios que nos conduce a establecer esa energía vital, por algunos denominado prana, que en Sánscrito que significa aire inspirado.

Generalmente, el aire se impregna de lo que nos sucede, de la energía que desarrollamos, y si estamos felices aparecen sentimientos de alegría y esperanza flotando a nuestro alrededor. Sin embargo, cuando la tristeza, la melancolía o el dolor nos visitan, se carga nuestro pecho con una sensación de angustia que casi nos impide respirar.

Gabriela Mistral, supo describir como pocos este espacio tan preciado y dijo: “Vuélveme tu suspiro, y subiré y bajaré de tu pecho, me enredaré en tu corazón, saldré al aire para volver a entrar. Y estaré en este juego toda la vida”.

El viento juguetón y despreocupado, nos despeina y casi con un aire infantil nos hace renacer en primavera, y nuestro organismo se siente agradecido porque es capaz de activar nuestra circulación, nuestra amplitud respiratoria, o simplemente por hacernos sentir vivos. Cuántas veces anestesiados por nuestros problemas no somos capaces de vibrar o sentir lo más mínimo.

Hay un fuerte paralelismo entre lo que se lleva y moviliza el viento, con los diferentes momentos en los que transita el hombre y se transforma en forma constante. Dicen que a las palabras se las lleva el viento, al igual que las hojas en el otoño vuelan sin ton ni son, o se borran las huellas que quedaron marcadas en el camino tras su paso purificador. Hace muchos años atrás Hollywood nos trajo a la pantalla “Lo que el viento se llevó”, una historia que muestra la fortaleza humana luego de vivir la guerra.

Y quienes se dejan llevar por el viento, sienten que su barco navega a su favor, sin embargo no faltan los que le hacen frente y lo contravienen a cómo de lugar, y del mismo modo se respira la actitud pasiva o activa que tomamos cuando decidimos ser protagonistas de nuestras hojas de ruta.

Esas alas del viento tienen profunda correlación con las que nos conducen a viajar adonde nuestro corazón y mente lo deseen, no importa la distancia o el tiempo, sólo el nivel de creatividad, pasión, anhelo y de amor que pongamos al querer volar, la única barrera es uno mismo.

Algunas veces viene del Sur, y se lo denomina Pampero, se caracteriza por ser muy frío ya que sopla desde los hielos de la Antártida, estos días apropiados para tomarse una rica taza de chocolate caliente y sentarse al lado de la estufa de leña a dejarse cautivar por el fuego lleno de encanto y magia que chisporrotea, a la vez que nos conduce a mirar casi absortos esa danza que las llamas tienen el encanto de bailar.

Cuando el viento viene del Norte, el aire es caliente y la humedad es intensa, generalmente se avecina una tormenta. De este modo los seres vivos nos vemos afectados por su paso, y parecemos estar cargados de esta humedad casi sofocante.

Lo que aquí denominamos “Viento Norte” o “Viento de los locos” sin estigmatizar a nadie sólo porque así se denomina, en Europa se conoce como “Viento de las Brujas” y proviene del sur de los Alpes, con el mismo nombre se denomina en California. No importa el nombre, son toda una leyenda y tienen un sustento científico. El viento norte se asocia con el aumento de temperatura, humedad y presión del aire, además del exceso de ionización positiva.

El ión es un átomo cargado eléctricamente. El exceso de iones positivos trae aparejado euforias temporales, hiperactividad pasajera, dolor de cabeza, agobio y otras veces depresión. Por lo tanto, el viento norte trae claras repercusiones en nuestra vitalidad y estado anímico.

Nuestra existencia la pasamos en un campo electromagnético natural, creado por una doble polaridad entre la tierra cargada negativamente y la atmósfera cargada positivamente. El proceso de ionización negativa se produce constantemente y en forma habitual en la naturaleza: en los arroyos, mares y en la tierra que cargada negativamente que repele los iones negativos y atrae los iones positivos en su área superficial. Por tal motivo, los lugares libres de contaminación nos brindan una proporción armónica de iones.

En general, quienes son sensibles al exceso de iones positivos, ven su salud alterada, se sienten eufóricos, o hiperactivos, por lo que se les sugiere caminar en la arena o pasto descalzos o tomar un largo baño, rodearse de plantas y evitar el uso de ropa nylon, de este modo se estimula a percibir iones negativos, y a aliviar ese estado de alteración por el que la persona transita. Y sin quererlo, han aparecido el agua, la tierra y el fuego los otros tres elementos pilares de la humanidad.

Pero más allá de esta explicación científica meramente válida, existen días en los que todo para salir mal, nos sentimos de muy mal humor, y parece que la cabeza nos va a estallar, entonces surgen comentarios como: “Hoy viento Norte”, y sabemos que “el horno no está para bollos”.

Sin embargo, están los vientos renovadores, esperanzadores, esos que nos dan energía, dinamismo vital, los que nos permiten resurgir de las sombras, del dolor, de la profundidad de nuestro ser, que algunas veces no quiere despertar a la luz. El aire es un elemento purificador, de vida, un elemento altamente necesario, más aún en sociedades dónde existe una gran contaminación a todo nivel.¿Qué quiero decir con “a todo nivel”?, ¿se detuvieron a pensar? En realidad la contaminación del Planeta debe tener una lectura mucho más profunda, tiene que ver con los valores que vamos perdiendo, con los niveles de corrupción, con el gran egoísmo de no velar por los que vendrán. Estamos a tiempo de cambiar, de darles oxígeno, vientos de esperanza, de energía vital. En suma, es nuestro deber y responsabilidad.

Andrea Calvete

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