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DE VACÍOS Y VERDADES


“Debes vaciarte de aquello que estás lleno, para llenarte de aquello de lo que estás vacío” San Agustín de Hipona.

Son tantos los vacíos por llenar, tanto lo que debemos desechar, allí vamos por la vida tapando agujeros, y remendamos el alma cuando parece haber quedado un hueco, tomamos un hilo resistente y comenzamos con precisión a dar esa puntada que permitirá que pronto y con sacrificio quede zurcido ese mal que nos circunda.

Así corremos en busca de la verdad que se resbala como el aceite sobre el agua. Es hija del tiempo y de la sabiduría y no de quien alza la voz más fuerte.

A propósito de la verdad comparto una antigua leyenda de un hombre que buscaba la verdad, y por más que llevaba una vida buscándola no la encontraba.

Cuentan que un día cansado de mucho andar y buscar, ya no le quedaban fuerzas para caminar, llegó a un lugar donde se veía a lo lejos muy iluminado, al acercarse vio que ardían un gran número de velas, que eran cuidadas por hombre de pelo blanco y una barba del mismo color larga y espesa.

Fascinado tocó a la puerta y el anciano lo invitó a pasar, quedó paralizado como si entrara en esos lugares donde el espíritu se eleva y el aire te hace flotar. De inmediato preguntó qué era este sitio. El cuidador de aquel templo le contestó que era el lugar de la verdad. El hombre sin dar crédito a lo que oía, le pidió que le explicara un poco más acerca de la infinidad de velas encendidas.

El anciano le contó que cada vela encendida reflejaba la vida de cada persona, y que en la medida que se consumía, menos tiempo le quedaba. Entonces el cuidador del templo le dijo que debía continuar su recorrido que lo dejaba unos instantes para que buscara tranquilo.

Sin perder un minuto, el hombre con desesperación comenzó a buscar su propia vela, cuando la encontró se dio cuenta que la suya estaba a punto de consumirse. Como estaba sólo pensó que era el momento alargar su vida, entonces agarró la vela de al lado y vertió un poco de cebo en la suya, y como no alcanzaba continuó el procedimiento con otras que estaban cercanas.

De pronto apareció el anciano y le dijo: “No te entiendo, pensé que habías llegado hasta aquí buscando la verdad”

La verdad requiere fortaleza, grandeza para asumirla, y un corazón noble para aprender y buscar respuestas sin importar cuáles sean, abiertos a cambiar y a crecer hasta el último día.

Andrea Calvete

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