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LA BORRA DEL CAFÉ


Con el pocillo entre las manos luego del último sorbo, decidió leer la borra del café. Buceó por el pasado, miro de reojo el presente y saltó por el futuro en busca de respuestas. Las gotas de lluvia que salpicaban el cristal perfumaban de melancolía a la tarde plomiza.

El arte de adivinar y analizar la borra del café se pierde en la historia de la humanidad, diferentes culturas se atribuyen su procedencia y lo practican generación tras generación. Sin embargo, hoy no se trataba de una lectora adiestrada, la que se había sentado junto al pocillo de café, era una emoción dispuesta a transitar por su vida. Fue así que la sensatez decidió leer en aquella pequeña taza el mensaje que el café le había preparado.

Al llegar al fondo de la taza el pasado comenzó a aparecer lentamente, allí la congoja se sentó a su lado y la melancolía le pasó la mano por la cabeza. La niñez surgió de inmediato, y la adolescencia le siguió despreocupada. La juventud pasó volando colorida, la sensatez comprendió que en aquellos años hubo poco de ella.

En las paredes de la taza encontró escasos vestigios del presente, la sensatez se había encaprichado en mirar hacia adelante, preocupada en poner en orden sus sentimientos, prefería anestesiarlos en este presente en el que no se había dado ningún permiso más que planificar su futuro. De inmediato, los miedos y las dudas se sentaron junto a ella, le hablaron al oído, y la desanimaron de continuar su búsqueda.

Sin embargo, la razón y la inteligencia susurraron algunas palabras que le hicieron sentir más calmada, para seguir con la lectura de esa vida en la que los errores no le dejaban tranquila. El insomnio era un gran compañero en las noches en que las equivocaciones no le permitían pegar un ojo.

Los bordes del plato eran los encargados de anunciar el futuro, ese momento para el que se preparaba día a día, se esforzaba con esmero. Cuando comenzó a interpretar su futuro, la ambición se sentó a su lado y le mostró todo lo que podía llegar a ganar. El egoísmo se destalonó por hablarle y le dijo que no se preocupara por los demás porque a la larga se iba a quedar sola. La ignorancia la impulsó a que no se informara de nada, total todo lo encontraría en Internet. El odio y la envidia pronto se hicieron presentes, le tomaron una mano cada uno y le hicieron sentir un gran escalofrío.

La constancia se esbozó en una de las figuras que había dejado aquella borra de café, producto de la perseverancia en todo lo que hacía. La paciencia se divisó en el horizonte luego de haberla ejercitado día a día, y de rescatarla de profundos precipicios.

El amor fue el último en llegar, al mirar el rostro abatido de la sensatez dibujó la silueta de un corazón en el fondo de la taza, las vibraciones de su latir fueron percibidas y escuchadas. La sensatez se levantó esperanzada, se puso la campera, y salió decida sentir la lluvia como jamás la había hecho. 

Andrea Calvete

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