ASÍ SOMOS
Cada día gira en torno a lo nuestro, a ese pronombre posesivo que se relaciona con el sentido de pertenencia. Hablamos de nuestra vida, nuestros afectos, nuestro trabajo, nuestros ideales, nuestros sueños… Sin embargo, el sentido de pertenencia suele cambiar a medida que pasan los años comenzamos a mirar las situaciones desde otra perspectiva.
Con el correr del tiempo vemos que nuestros hijos son hijos de la vida, que nuestras costumbres han cambiado, que ya no nos interesan las mismas cosas, y que no somos los mismos. En este cambio permanente, el sentido de pertenencia también varía, y cuanto menos apego y arraigo tengamos más sencillo se hace el camino, porque vinimos a esta tierra desnudos y así nos iremos, por lo tanto, el exceso de equipaje ya no es bien visto en los aviones o trenes tampoco en la vida misma.
Es una costumbre muy arraigada hablar de lo nuestro, eso que nos identifica entre comillas, lo que nos hace formar parte de un grupo, región, lugar en el mundo. Sin embargo, cuando lo nuestro se comparte, se solidariza en otro, se refleja en otro, entonces comienza a tomar otra dimensión, y pasa a crecer a ritmo de nosotros, de unión y fraternidad.
Cuando el desapego nos roza la piel comprendemos que sobra tanto en nuestro diario vivir, porque ya no suma o agrega nada valioso a nuestros días. Entonces surge esa valoración diferente, en la que se abren un universo de posibilidades y perspectivas.
Cuando lo nuestro se colectiviza deja de primar esa primera persona, y entra pesar el otro, tan necesario e imprescindible. El sentido de pertenencia si bien es positivo para sentirnos como parte de un grupo, colectividad y de la sociedad misma, es malo cuando nos creemos dueños de nuestra familia, amigos, pareja… y todo tipo de posesión material e intelectual, porque en realidad no somos dueños de nada, simplemente pasajeros en el tren de la vida que nos invita a transitarla de la mejor manera, sin apegos, sin peso, más que con lo imprescindible para disfrutarla con plenitud y alegría.
Andrea Calvete