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EL DECIR DE LA ARAUCARIA

Se balancea con su imponente altura, mientras el murmullo de sus ramas y hojas invita a transitar esta tarde tranquila y soleada, en que la parsimonia del tiempo reposa mientras escucha atento el decir de la araucaria.

Sopla fuerte el viento, las ramas de la añeja araucaria se mueven y crujen en un decir certero y decido. Con sus treinta metros de altura se para erguida y mira a lo lejos.

Cierro los ojos, me dejo llevar por el sonido enigmático del movimiento de sus hojas. En el vértice ronda un águila en busca de alguna presa. El sol brilla y se cuela entre las ramas atraído por el espectáculo. El cielo diáfano y celeste es el marco ideal para que el majestuoso árbol se mueva libre y oxigene el espacio.

Me pregunto: ¿Cuántos años tendrá la araucaria? Por su altura rondará los sesenta años o quizás más. Por lo menos ha sido testigo de más de medio siglo de historias, de familias, de encuentros, ¿habrá visto cómo se construía y avanzaba el barrio? En tantos años ha cambiado el estilo de edificación, los apartamentos se han elevado, el barrio se ha poblado, y la vieja costumbre de jugar los niños en las calles se ha hecho lejana, ni el tránsito, ni el ritmo de vida permiten ese lujo. Del mismo modo, el hábito tan sano de confraternizar en la acera, o jugar a la paleta en la calle, o saltar a la cuerda o un picadito de fútbol casi no se ve. Sin embargo, la araucaria los recuerda, su antiguo tronco ha sido testigo de aquellas horas felices.

Se balancea con su imponente altura mientras el murmullo de sus ramas y hojas invita a transitar esta tarde tranquila y soleada, en que la parsimonia del tiempo reposa mientras escucha atento el decir de la araucaria

Andrea Calvete

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