PELOTA DE TRAPO
Un día cansado de su gastada pelota de trapo, Nelson decidió recolectar todos los diarios de sus vecinos para así venderlos y comprar una verdadera pelota de fútbol. Lleno de energía y dinamismo se pasó todo el fin de semana resuelto a conseguir esos fondos. El lunes a primera hora iría a la tienda en busca de su tan ansiado objeto.
El fútbol siempre tuvo sus adeptos, cobijó en torno al juego a todos los niños sin excepción, les dio ilusión y alegría, ese rato de compartir entre amigos un juego como premio del día.
La pelota de trapo se caracterizó por ciertas bondades que los balones profesionales no han tenido. Ha sabido mirar a los ojos a sus jugadores, leer sus pensamientos, y se ha amoldado a su patada para rodar y picar sobre piedras y escombros, ha girado por el barro y por la alegría y la tristeza del corazón de cada niño que ha jugado con ella en una esquina.
Eran tiempos de baldíos en los que generalmente los más jóvenes del barrio armaban una canchita de fútbol, con un par de piedras se delimitaban los arcos, o unos simples palos clavados como estacas y una pelota de trapo que era la protagonista que encendía el corazón del grupo. También jugaban en las calles, generalmente los fines de semana porque eran menos transitadas.
La pelota de trapo era hecha de medias, papel y trapos, pero también las había más sofisticadas en las que entraba una mano maternal que cocía como si fuera un balón profesional. Estas pelotas fueron testigos de siestas, de tardes de lluvias, de canchas embarradas, de días de sol y de lloviznas, de gritos y empujones, de goles y abrazos de alegría. De vecinos enojados porque la siesta era una hora sagrada. Sin embargo, ante todo fueron parte de la niñez de nuestros padres y abuelos.
La pelota de Nelson estaba hecha de retazos de colores, de recortes de telas que su madre guardaba en un inmenso cesto de mimbre. Rellena de medias viejas y telas perfectamente comprimidas, tenía la consistencia justa para aquellos picaditos en el barrio. Sentado en un pequeño banco de madera Nelson comenzó a seleccionar los trozos de telas más coloridos, algunas lisas otras estampadas, se fusionaron llenas de entusiasmo y alegría.
Si la pelota hablara, nos enteraríamos de tantos sueños, de tantos anhelos y secretos de chiquilines llenos de ilusión y esperanzas. Nelson el propietario de esta pelota de trapo en cuestión la llevaba a su casa cada vez que finalizaba el picadito. En el piletón donde su mamá lavaba ropa para afuera la ponía en remojo con jabón, para luego enjuagarla y tenderla al sol para el próximo encuentro. Su mamá lo miraba desde la pequeña ventana de la cocina y pensaba: “¡Cuánto esmero pone en esta pequeña pelota colorida, cómo la cuida, pensar que en el próximo partido quedará nuevamente llena de barro!”
Nelson era un niño muy especial, agradecido, cuidadoso, y sobre todo muy solidario. Bueno, los genes de su madre estaban en él, una mujer llena de bondad, de manos laboriosas y de un corazón noble como pocos.
A pleno rayo de sol la pelota se comenzó a secar, el viento primaveral dejó correr una charla amena, al principio muy distendida, pero en la medida que fueron pasando las horas quedó Nelson como tema principal de conversación. La pelota estaba orgullosa de él: “Nunca vi un niño tan agradecido, otros dicen que una pelota de trapo se usa y se tira, pero el valora el sacrificio con que la coció su madre, el cariño que yo le pongo cuando él me lanza, la alegría con la que me muevo cuando mete un gol” …
-No sigas -interrumpió el viento- Nelson es un ser excepcional no sólo contigo sino con sus amigos, padres y vecinos. La vida lo premiará porque no importa lo que decida ser, él está convencido que ha venido a esta tierra para amar y ser feliz, por eso disfruta de lo que otros no son capaces ni de percibir.
-Es verdad, creo que le imprime magia a cada uno de sus días, lo siento en cada toque que da cuando juega, el patea con suavidad direcciona el tiro como si estuviera efectuando una obra maestra que quedará plasmada en el espacio y el tiempo- dijo la pelota con admiración.
El sol estaba empezando a bajar, doña Carmen comenzó a sacar la ropa de la cuerda, cuando llegó a la pelota vio que estaba un poco descocida, entonces la zurció con todo amor y quedó como nueva pronta para Juan y sus amigos la utilizaran en su próximo picadito.
Cansado de su gastada pelota de trapo, Nelson decidió recolectar todos los diarios de sus vecinos para así venderlos y comprar una verdadera pelota de fútbol. Lleno de energía y dinamismo se pasó todo el fin de semana resuelto a conseguir esos fondos. Con todos los periódicos apilados les pasó un hilo para no perder ninguno y se dirigió al puesto de don Mario. Al mirar su vieja pelota trapo recién lavada y cocida no pudo deshacerse de ella, fue entonces que decidió con lo recaudado comprar dos entradas para la matiné del fin de semana.
El fútbol siempre tuvo sus adeptos, cobijó en torno al juego a todos los niños sin excepción, les dio ilusión y alegría, ese rato de compartir entre amigos un juego como premio del día.
La pelota de trapo se caracterizó por ciertas bondades que los balones profesionales no han tenido. Ha sabido mirar a los ojos a sus jugadores, leer sus pensamientos, y se ha amoldado a su patada para rodar y picar sobre piedras y escombros, ha girado por el barro y por la alegría y la tristeza del corazón de cada niño que ha jugado con ella en una esquina.
Eran tiempos de baldíos en los que generalmente los más jóvenes del barrio armaban una canchita de fútbol, con un par de piedras se delimitaban los arcos, o unos simples palos clavados como estacas y una pelota de trapo que era la protagonista que encendía el corazón del grupo. También jugaban en las calles, generalmente los fines de semana porque eran menos transitadas.
La pelota de trapo era hecha de medias, papel y trapos, pero también las había más sofisticadas en las que entraba una mano maternal que cocía como si fuera un balón profesional. Estas pelotas fueron testigos de siestas, de tardes de lluvias, de canchas embarradas, de días de sol y de lloviznas, de gritos y empujones, de goles y abrazos de alegría. De vecinos enojados porque la siesta era una hora sagrada. Sin embargo, ante todo fueron parte de la niñez de nuestros padres y abuelos.
La pelota de Nelson estaba hecha de retazos de colores, de recortes de telas que su madre guardaba en un inmenso cesto de mimbre. Rellena de medias viejas y telas perfectamente comprimidas, tenía la consistencia justa para aquellos picaditos en el barrio. Sentado en un pequeño banco de madera Nelson comenzó a seleccionar los trozos de telas más coloridos, algunas lisas otras estampadas, se fusionaron llenas de entusiasmo y alegría.
Si la pelota hablara, nos enteraríamos de tantos sueños, de tantos anhelos y secretos de chiquilines llenos de ilusión y esperanzas. Nelson el propietario de esta pelota de trapo en cuestión la llevaba a su casa cada vez que finalizaba el picadito. En el piletón donde su mamá lavaba ropa para afuera la ponía en remojo con jabón, para luego enjuagarla y tenderla al sol para el próximo encuentro. Su mamá lo miraba desde la pequeña ventana de la cocina y pensaba: “¡Cuánto esmero pone en esta pequeña pelota colorida, cómo la cuida, pensar que en el próximo partido quedará nuevamente llena de barro!”
Nelson era un niño muy especial, agradecido, cuidadoso, y sobre todo muy solidario. Bueno, los genes de su madre estaban en él, una mujer llena de bondad, de manos laboriosas y de un corazón noble como pocos.
A pleno rayo de sol la pelota se comenzó a secar, el viento primaveral dejó correr una charla amena, al principio muy distendida, pero en la medida que fueron pasando las horas quedó Nelson como tema principal de conversación. La pelota estaba orgullosa de él: “Nunca vi un niño tan agradecido, otros dicen que una pelota de trapo se usa y se tira, pero el valora el sacrificio con que la coció su madre, el cariño que yo le pongo cuando él me lanza, la alegría con la que me muevo cuando mete un gol” …
-No sigas -interrumpió el viento- Nelson es un ser excepcional no sólo contigo sino con sus amigos, padres y vecinos. La vida lo premiará porque no importa lo que decida ser, él está convencido que ha venido a esta tierra para amar y ser feliz, por eso disfruta de lo que otros no son capaces ni de percibir.
-Es verdad, creo que le imprime magia a cada uno de sus días, lo siento en cada toque que da cuando juega, el patea con suavidad direcciona el tiro como si estuviera efectuando una obra maestra que quedará plasmada en el espacio y el tiempo- dijo la pelota con admiración.
El sol estaba empezando a bajar, doña Carmen comenzó a sacar la ropa de la cuerda, cuando llegó a la pelota vio que estaba un poco descocida, entonces la zurció con todo amor y quedó como nueva pronta para Juan y sus amigos la utilizaran en su próximo picadito.
Cansado de su gastada pelota de trapo, Nelson decidió recolectar todos los diarios de sus vecinos para así venderlos y comprar una verdadera pelota de fútbol. Lleno de energía y dinamismo se pasó todo el fin de semana resuelto a conseguir esos fondos. Con todos los periódicos apilados les pasó un hilo para no perder ninguno y se dirigió al puesto de don Mario. Al mirar su vieja pelota trapo recién lavada y cocida no pudo deshacerse de ella, fue entonces que decidió con lo recaudado comprar dos entradas para la matiné del fin de semana.
Andrea Calvete