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DESTINO DE MIRADAS


Con frecuencia solemos perder pertenencias, buscamos en los lugares más insólitos, pero no aparecen. De este modo llegué hasta un cajón que hacía mucho tiempo no abría, en los que sus lentes me dejaron casi paralizada. Lo primero que atiné fue a ponérmelos, desde luego no veía nada, pero fue una forma de tomar contacto con ella.

Es fácil viajar en el tiempo, sólo es cuestión de dejarse llevar por los sentimientos. Allí estaba frente a sus pequeños ojos marrones vivarachos pero miopes, centelleaban detrás de sus gafas. Su miopía abundante hacía que los cristales le achicarán más los ojos. Descubrió que era miope recién a los diecinueve años, no eran tiempos en los que se iba en forma habitual al médico para hacerse chequeos. Contaba mi madre: “cuando íbamos al dentista era para que te sacara la muela, nada de tratamientos, se extirpaba el mal de raíz” Así funcionaban las cosas por 1935 fecha en que la recibía el mundo. Por lo tanto, su mirada fue para nosotros a través del cristal, escasas veces la veíamos sin lentes, cuando tomaba sol un ratito, o se esparcía crema en el rostro.

¡Qué increíble como al buscar algo perdido uno se encuentra con tantos recuerdos! Son momentos en los que los aromas a tostadas de las mañanas junto a los leños crujientes se entremezclan, mientras el sol entra por aquella enorme ventana del comedor diario. El murmullo alegre y dinámico invade la casa.

A través de estos lentes que le acompañaron a lo largo de su vida, pudo encontrarse con una mirada que pronto se convertiría en parte fundamental de su existencia. Como era habitual mes a mes iba a cobrar la pensión de su abuela a la Caja de Jubilaciones. Nada de cajeros automáticos, largas colas hasta poder cobrar en mano unos pesitos que no eran muchos, pero se lo debía a Antonia, abuela materna, que la había criado, y a partir de la pérdida de su madre muy joven, esa mano protectora tan sabia y carismática la acompañaría durante largos años.

Sus miradas se cruzaban mes a mes, él con sus ojos verdes transparentes la deslumbró desde el primer día, ella con su brillo magnético lo atrapó sin más explicaciones. Sin embargo, ella intentó no responder las primeras veces, pero en la medida que fue pasando el tiempo las miradas no sólo se encontraron, sino que intercambiaron chispas y sonrisas.

Pasó el tiempo, hasta que un día Nelson se acercó a Nora y la invitó a salir sin más vueltas. Eran dos personas adultas sin compromisos pero que sabían bien lo que querían. Así comenzó un idilio que duró veintidós años, porque la vida decidió llevárselo muy joven con 51.

Las historias de nuestros padres están allí como parte de lo que somos, sin darnos cuenta de vez en cuando la vida nos lleva hasta ellos sin pedirnos permiso.

Y como una cosa lleva a la otra, no puedo olvidar sus gafas negras de carey, en el caso de mi padre las usaba para realizar su trabajo, hoy me doy cuenta de que es lo que se conoce como presbicia. Veo su hermosa letra grande y levemente inclinada a la derecha, llena de personalidad, alegría de vivir y una gran generosidad. Dicen los que saben que la letra es un reflejo del alma, del estado anímico y de la personalidad, en el caso de él creo que así era. La letra de mi madre pequeña y también inclinada reflejaba su calidez, inteligencia y encanto.

Detrás de aquellos ojos hubo dos seres que se amaron con todo su ser, excepcionales, que se brindaron con generosidad y compromiso, con alegría y esperanza. Dos miradas destinadas a encontrarse, a vibrar en sintonía. Hoy continúan juntas tomadas de la mano en un tiempo y espacio sideral. Al mirar el cielo cuando una estrella fugaz pasa, un silencio ilumina la tierra y perfuma el alma de los que se besan a la luz de su bella historia de amor.

Andrea Calvete

 

 

 

 


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