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LLUEVE

La lluvia como un manso manantial bendice con su riego sagrado. El cielo oscurecido se confunde con una noche en que las preguntas se agigantan. El agua en su goce aviva los colores, los vuelve tornasolados, mientras los perfumes se intensifican. Se suavizan las texturas con su fluir constante. La naturaleza sabe a hierba que reverdece agradecida. Ante la magnificencia del espectáculo quedan absortos mis sentidos.

Fluye el agua, cae como un telón que se abre lentamente. Se instalan los recuerdos al sur de mi corazón, lejanos, olvidados. Me parece estar viendo una película, pero allí estoy envuelta por la lluvia que oficia de confesora y amiga.

Llueve indulgente, flotan en el manantial del éxtasis los suspiros que habían quedado atrapados por ese punto final cortante. Sin embargo, también se respiran las carcajadas, los tibios abrazos que acarician el alma.

La humedad fría de esta mañana lluviosa se filtra por las hendiduras de la melancolía. Sonoros y huecos los relámpagos anidan en las añoranzas. Llueve por dentro y llueve por fuera, no queda un lugar seco, llora y desahoga sus penas, soy también su confidente. Ahogada me dice: “No puedo cumplir con mis promesas”. Me callo, no le digo nada, porque es un mal habitual al que ya nos hemos acostumbrado.

Desahogarse ha sido bueno para ambas, como dos amigas compasivas nos hemos escuchado mutuamente. Ha dejado de llover, el pasado se aleja, el futuro se aproxima, y el hoy pretende suavizar sus poros erizados por el frío, mientras un rayo se perfila como un leño que se enciende.

Andrea Calvete

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