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UN RITUAL ANCESTRAL

Los colores y aromas de la mañana me despiertan a la espera de ese desayuno que da la bienvenida al día. Asoman tímidos los rayos de sol, mientras los ruidos de la cocina comienzan a percibirse. Los cajones se abren, las tazas y los vasos marcan su presencia, el microondas se enciende, mientras hierve el agua.

Una fiesta de aromas se entremezcla, el olor del café con leche se eleva entre las tostadas recién hechas, el mate invita a perderse en su aroma justo y perfecto para arrancar el día. Todos en pie con lentitud en ausencia de palabras compartimos el desayuno.

Resuenan las cucharas golpeadas por las tazas, su tintineo sutil acuna pensamientos que se despiertan lentamente. Pedro, entredormido, con sus patitas estiradas apoya su cabeza y entrecierra sus ojos delineados. Lola se sienta al lado mío a la espera de ser convidada con algún comestible.

La lavadora ya está andando, su ruido envolvente se hace melodía mientras nos pasamos las tostadas, el jugo y el café. El tiempo parece volar, se escapan los minutos rápidos y veloces entusiasmados con empezar el día, descansados corren para que el engranaje se deslice sin problemas.

En un abrir y cerrar de ojos hemos desayunado y compartido palabras breves que anuncian nuestra jornada. Nos despedimos porque cada uno emprenderá su día bendecidos por haber compartido este comienzo en el ritual ancestral del desayuno en familia.

Andrea Calvete

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