NUBES DE CONTRADICCIONES
Toda contradicción encierra una dulce y amarga sensación, en donde se produce un tironeo absurdo, inexplicable, en el que pareciera que se agotan los recursos, escasean los minutos porque se dilucide o aclare la disyuntiva.
Querer lo imposible, aún sabiendo que es una necedad porque los nubarrones negros se avecinan. Sin embargo, el corazón no deja de albergar una una pizca de esperanza.
Así andan las almas deambulando en sus nubes de contradicciones perplejas, algunas veces insondables, otras difusas y sin el más mínimo sostén que les dé cabida, excepto su propia y despiadada existencia, desbordada de deseos contrapuestos a deberes, de posibles enfrentados a irrefrenables imposibles.
Deseos, deberes, posibles, imposibles… parte de los minutos de este reloj que no para, aunque por momentos quisiéramos detenerlo unos instantes tan sólo, para poder sortear esa contradicción que nos rodea, que nos carcome la cabeza y nos abarrota los pensamientos.
Las contradicciones andan en pareja, e intentan besarse, acariciarse, abrazarse, para borrar esa perplejidad que las aleja, como en una perfecta fusión en que lo terrenal y espiritual logren tocarse con suavidad y esmerada delicadeza.
Con su halo de enigma juegan a esconderse, se burlan entre sí, largan carcajadas, mientras quedamos absortos en su juego perfecto y misterioso, como simples prisioneros de sus caprichos, o deseos, a la espera que una prevalezca sobre la otra.
Querer lo imposible, aún sabiendo que es una necedad porque los nubarrones negros se avecinan. Sin embargo, el corazón no deja de albergar una una pizca de esperanza.
Así andan las almas deambulando en sus nubes de contradicciones perplejas, algunas veces insondables, otras difusas y sin el más mínimo sostén que les dé cabida, excepto su propia y despiadada existencia, desbordada de deseos contrapuestos a deberes, de posibles enfrentados a irrefrenables imposibles.
Deseos, deberes, posibles, imposibles… parte de los minutos de este reloj que no para, aunque por momentos quisiéramos detenerlo unos instantes tan sólo, para poder sortear esa contradicción que nos rodea, que nos carcome la cabeza y nos abarrota los pensamientos.
Las contradicciones andan en pareja, e intentan besarse, acariciarse, abrazarse, para borrar esa perplejidad que las aleja, como en una perfecta fusión en que lo terrenal y espiritual logren tocarse con suavidad y esmerada delicadeza.
Con su halo de enigma juegan a esconderse, se burlan entre sí, largan carcajadas, mientras quedamos absortos en su juego perfecto y misterioso, como simples prisioneros de sus caprichos, o deseos, a la espera que una prevalezca sobre la otra.
Andrea Calvete