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“LOS HIJOS DE”

Somos hijos del viento, y así brillamos a través de nuestras mentes, nos elevamos con las alas de las ilusiones, iluminados por la creatividad e inteligencia. Convencidos de que todo y nada son dos vocablos efímeros, mientras que siempre y nunca se escurren como arena entre las manos. La certeza nos sorprende, la incertidumbre nos acaricia, y un halo de misterio nos acompaña dispuestos a dejarnos maravillar por el nuevo día.

Llegamos desnudos al mundo pero no en forma literal, porque venimos determinados por nuestros genes, por lo que de alguna manera nuestras familias han determinado, por el nombre que nuestros padres han elegido, por el colegio al que asistiremos y por la educación que recibiremos.

Algunos en esa suerte de determinismo el ser hijos de alguien “conocido o prestigioso” le trae muchos dolores de cabeza. Así en principio tratan de asemejarse lo más posible a ese progenitor, pero cuando no lo hacen entonces pretenden despegarse y hacer su camino, aunque muchos no lo logran y siguen siendo los “hijos de”

Sin embargo, somos todos somos “hijos de”: hijos del viento, del paso de la historia, de nuestros antecesores y de nuestros padres. De alguna manera todo va sumando en lo que somos y también nos va determinando, de allí el trabajo personal y constante por esculpirnos conforme a nuestras creencias, convicciones y sentimientos profundos, fieles a lo que deseamos y anhelamos ser, más allá de lo que alguna manera venimos determinados.

Me pongo a pensar y también he determinado a mis hijos, desde luego con el afán de que fueran personas plenas y satisfechas, como seguramente lo han hecho mis padres… sin embargo, esa suerte de determinismo me pesa en los hombros, y la historia vuelve a repetirse.

Lograr despegarnos de lo que nos ha determinado, no es tarea sencilla porque en ese paquete se mezcla lo que hemos adquirido, incorporado y también elegido. La misma naturaleza también nos determina lugares más cálidos, más fríos, más o menos reconfortantes donde vivir y llevar al cabo nuestros días.

Somos hijos del viento, y así brillamos a través de nuestras mentes, nos elevamos con las alas de las ilusiones, iluminados por la creatividad e inteligencia. Convencidos de que todo y nada son dos vocablos efímeros, mientras que siempre y nunca se escurren como arena entre las manos. La certeza nos sorprende, la incertidumbre nos acaricia, y un halo de misterio nos acompaña dispuestos a dejarnos maravillar por el nuevo día.


Andrea Calvete

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