El cielo silba bajito una melodía suave y melancólica, mientras las lavandas perfuman delicadamente el día. Pequeñas gotas testigos de la lluvia brillan como perlas y agudizan los aromas de las flores.
Caminan descalzos los minutos, se deslizan imposibles de detener, aunque hay una suerte enigmática que pretende atraparlos en ese sopor en el que transcurre la mañana.
Los pájaros trinan llenos de entusiasmo, no les importa que los minutos lo desafíen, para ellos no hay barreras temporales, vuelan libres mientras cantan agradecidos por el nuevo día.
Con su perfume penetrante el romero intenta seducir a esos minutos que se escapan decididos, mientras interrogan a cada palabra que los interpela, escurridizos buscan perpetuarse en el vaivén de la brisa.
Con el desenfado que los caracteriza los minutos sonríen a las nubes que sueñan con atraparlos con sus mullidas formas. Cuando el milagro parece producirse, se escapan entre un pequeño espacio celeste que se cuela victorioso y les abre como por arte de magia la salida.
A esta altura no hay quien pueda detenerlos, con destreza se deslizan en perfecta armonía y se esfuman en la humedad envolvente de la mañana.
Andrea Calvete